… por qué los católicos rezan de rodillas?
Considerada como un comportamiento bárbaro y despreciada por la cultura grecolatina, la genuflexión no tenía mucho valor en la Antigüedad. No es difícil comprender la implicación: ¿cómo arrodillarse ante deidades paganas, seres caprichosos de los que se buscaba su simpatía únicamente para obtener ciertos beneficios personales? Los hombres se rebajarían —y lo sabían— a los pies de esos trozos de piedra, madera o metal.
Sólo el pueblo que conoció al Dios verdadero pudo concebir la postura más conveniente para adorarlo. De hecho, en la genuflexión —costumbre originaria de la cultura israelita— está condensada una visión teológica: las rodillas, que soportan el peso de todo el cuerpo, simbolizan la fuerza; por consiguiente, doblarlas significaba humillarse ante el Dios vivo y reconocer que nuestro todo es nada sin Él.
Heredero de la antigua alianza, el Nuevo Testamento se refiere a la genuflexión cincuenta y nueve veces. De todas ellas, la más sublime es la que menciona San Lucas al narrar la agonía del Señor en el huerto de los olivos: «Arrodillado, oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”» (Lc 22, 41-42).
La costumbre de arrodillarse, asimilada por los cristianos desde los primeros siglos, perdura hasta nuestros días. Sin embargo, es muy probable que esta postura no concuerde con los sofismas igualitarios predicados en el mundo contemporáneo, pues a medida que la humanidad se desvía de la verdadera fe, se vuelve incomprensible el estar de rodillas.
Siendo ésta la posición ideal para la oración, la Santa Iglesia prescribe que el fiel, salvo causas razonables que lo dispense, se arrodille siempre ante el Santísimo Sacramento y, durante la misa, en el momento de la consagración (cf. Instrucción general del Misal Romano, n.º 43; 274).
Quien se coloca en estado de reverencia ante el Supremo Bien será grande a los ojos de Dios. ◊
… por qué la figura del pez es un símbolo de Nuestro Señor Jesucristo?
En el paraíso, Adán le dio a cada animal un nombre según su función en la creación (cf. Gén 2, 19). Pero probablemente nuestro primer padre ni siquiera sospechaba que varios de esos seres vivos se convertirían en símbolos del Nuevo Adán.
En efecto, Jesucristo es el León de Judá expulsando a los mercaderes del Templo y el Cordero inmolado en el calvario. En sus propias palabras, se asemeja a la gallina que reúne bajo sus alas a los polluelos dispersos (cf. Mt 23, 37) y a la serpiente elevada en el desierto para la salvación de los hebreos (cf. Jn 3, 14). Además, la piedad de los fieles lo ha asociado con el pelícano en la Eucaristía y… con el pez.
Pero ¿en qué se parecen el pez y el Hombre-Dios?
En los primeros siglos del cristianismo, debido a las sangrientas persecuciones, los católicos tuvieron que ocultar su condición, practicando la religión a escondidas, hasta el punto de tener que celebrar la misa en las catacumbas. En esta vida clandestina, empezaron a crear códigos y signos para identificarse.

Dichas figuras tenían que ser absolutamente indescifrables. Y así, el pez fue un gran hallazgo, pues aún hoy mucha gente no sabe interpretar su significado.
En griego, lengua de uso común por entonces, pez se escribe ikhthýs. Ahora bien, éstas son las iniciales de las palabras Iesoûs Khristòs Theoû Huiòs Sotér (Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador), escritas en caracteres griegos.
De este modo, en la época de las catacumbas, ese animal acuático, aparentemente tan inocuo, se convirtió en símbolo de Cristo y en signo de identificación para sus seguidores. ◊