En tiempos críticos y angustiosos, el principal y sagrado cuidado de los católicos siempre ha sido refugiarse bajo la égida de María y ampararse en su maternal bondad.
El supremo apostolado que Nos desempeñamos y las dificilísimas circunstancias por las que atravesamos en estos tiempos, nos advierten cada día más y nos empujan, casi imperiosamente, a velar con tanto más cuidado por la integridad de la Iglesia cuanto mayores son las calamidades que la afligen. […] Consideramos, pues, que nada puede conducir más eficaz y poderosamente a este fin como hacernos propicios, mediante la práctica de la devoción y la piedad, a la gran Madre de Dios, la Virgen María. […]
Por esto, y cercana ya la anual solemnidad que recuerda los innumerables y cuantiosos beneficios concedidos al pueblo cristiano por medio de la devoción al Rosario de María, queremos que, en el corriente año, esta devoción en honor de la Santísima Virgen sea objeto de particular atención en el mundo católico, para que por su intercesión obtengamos de su divino Hijo venturoso alivio y término a nuestros males. […]
Insigne protectora de la Iglesia de Dios
En tiempos críticos y angustiosos, el principal y sagrado cuidado de los católicos siempre ha sido refugiarse bajo la égida de María y ampararse en su maternal bondad; lo cual demuestra la firme esperanza, más bien la confianza, que la Iglesia Católica ha puesto constantemente, y con razón, en la Madre de Dios.
De hecho, la Virgen, exenta de la mancha original, escogida para ser Madre de Dios y, por lo mismo, hecha Corredentora del género humano, goza ante su Hijo de una gracia y de un poder tan grandes que jamás ni los hombres ni los ángeles han podido ni podrán obtenerlo igual. […]
Esta ardiente y confiada piedad en la augusta Reina del Cielo nunca ha brillado con más resplandor que cuando la violencia de los errores ampliamente difundidos, o la abrumadora corrupción de las costumbres, o el ataque de adversarios poderosos, ha parecido poner en peligro a la Iglesia militante de Dios
Las antiguas y modernas historias y los fastos más memorables de la Iglesia recuerdan las preces y votos públicos y privados dirigidos a la Madre de Dios y, a su vez, los auxilios concedidos por Ella e, igualmente, la tranquilidad y paz obtenidos por su intercesión. De ahí el origen de estos títulos insignes con que el pueblo católico la ha saludado: Auxiliadora, Bienhechora y Consoladora de los cristianos; Reina de los ejércitos, Señora de las victorias, Dispensadora de la paz. Pero entre todos ellos es principalmente digno de mención el solemne título del Rosario, por el que han sido consagrados a perpetuidad los excelsos beneficios en favor de la cristiandad. […]
Victoria obtenida por el rezo del Rosario
La eficacia y el poder de esta oración se experimentaron también en el siglo XVI cuando los innumerables ejércitos de los turcos amenazaban imponer el yugo de la superstición y de la barbarie a casi toda Europa. En aquellas circunstancias, el sumo pontífice San Pío V, después de reanimar en todos los príncipes cristianos el sentimiento de la defensa común, dirigió su celo a obtener que la poderosísima Madre Dios, invocada por medio del Rosario, fuera en auxilio del pueblo cristiano. Y la respuesta fue el nobilísimo espectáculo ofrecido entonces al Cielo y a la tierra. […]
De una parte los fieles, no lejos del golfo de Corinto, decididos a derramar su sangre y sacrificar su vida para salvar a la religión y a la patria, marchaban impertérritos al encuentro de las fuerzas enemigas; de otra, hombres inermes, cual piadoso ejército de suplicantes, invocaban a María y la saludaban repitiendo la fórmula del Rosario para que asistiera a los combatientes hasta la victoria. La soberana Señora, conmovida por esas oraciones, los asistió; porque, empeñado el combate naval junto a Lepanto, la escuadra cristiana dispersó y mató a los enemigos y reportó, sin experimentar grandes bajas, una espléndida victoria.
Por este motivo, el santo pontífice, en recuerdo a tan señalados beneficios, quiso que se consagrara con una fiesta en honor de María de las Victorias el aniversario de tan memorable combate: y después Gregorio XIII consagró dicha festividad bajo el título del Rosario. […]
Exhortación a rezar por la Santa Iglesia
Movidos por estos pensamientos y por los ejemplos de Nuestros predecesores, creemos muy oportuno, en las presentes circunstancias, establecer preces solemnes, elevándolas a la Virgen augusta por medio del Rosario, para impetrar de Jesucristo, su Hijo, iguales auxilios a las necesidades.
Ya veis, Venerables Hermanos, las incesantes y graves luchas a las que está expuesta la Iglesia; la piedad cristiana, la moralidad pública y la misma fe —que es el bien supremo y fundamento de todas las virtudes—, todo está amenazado cada día de mayores peligros. […]
No obstante, el hecho más doloroso y lamentable es ver a tantas almas, redimidas por la sangre de Jesucristo, como arrancadas por el torbellino de esta época extraviada, que se precipitan en una conducta cada vez peor y se sumergen en la eterna ruina. […]
Por lo tanto, teniendo en cuenta estas razones, no solamente exhortamos vivamente a todos los cristianos, pública o privadamente, en el seno de sus casas y familias, a practicar este ejercicio del Rosario y perseverar en él, sino que también queremos que el mes de octubre del año en curso sea consagrado íntegramente a la Reina del Rosario. […]
La celestial Patrona del género humano escuchará las humildes y unánimes preces que le dirigimos y, complaciente, nos obtendrá que los buenos vean acrecidas sus virtudes, que los descarriados caigan en sí y se enmienden y que el Dios vengador de los crímenes, inclinándose a la clemencia y a la misericordia, restituya al orbe cristiano y a la sociedad, después de desviado en lo sucesivo todo peligro, el tan apetecible sosiego. ◊
Fragmentos de: LEÓN XIII.
Supremi apostolatus, 1/9/1883.
Tal y como nos recuerda León XIII, Nuestra Señora de las Victorias dio espléndida respuesta a las celosas oraciones del gran S. Pío V y a la heroicidad de sus fieles escuadras. «Terrible como un ejército en orden de batalla», Nuestra Señora del Rosario de Lepanto acabó con el enemigo y, dadas las crecientes luchas a las que está expuesta la Santa Madre Iglesia, ahora como entonces, ha de brillar –¡más que nunca!– nuestra confianza incondicional en la Auxiliadora de los Cristianos. Lepanto, 1571…: ¡Sobran las palabras! Desgranando las cuentas de nuestros Rosarios descubriremos que aquellas mismas benditas aguas sobre las que la Reina de los ejércitos se apareció, nos prometen hoy la mayor de Sus Victorias.
Antonio María Blanco Colao
Asturias – España