Quince años de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias – Para gloria de la Iglesia y bien de las almas

Método, dedicación y esfuerzo sacrificado, pero, sobre todo, mucha acción de la gracia divina. He aquí los cimientos de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, de la diócesis de Bragança Paulista, que, bajo el cuidado de los heraldos, cumple quince años de existencia.

«Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gén 1, 1). Cuántas veces, al contemplar este pasaje de las Escrituras, centramos nuestra atención en la belleza del cielo y de la tierra y nos olvidamos de la primerísima criatura surgida de las manos del divino Artífice: ¡el tiempo! «Al principio»… como si el Altísimo hubiera girado desde la eternidad un reloj de arena y todas las cosas salieran a la luz según los períodos de su existencia, cuya marca recibió el nombre de tiempo, con sus días y sus años (cf. Gén 1, 14).

El paso del tiempo se encarga de traernos a la memoria los hechos, antiguos o recientes, que merecen ser recordados y celebrados, sobre todo cuando el decurso de los años no ha hecho sino llevar al éxito algún importante emprendimiento. Esto es lo que deseamos hacer, llenos de gratitud para con la Providencia divina: rememorar el nacimiento de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, que este año cumple su decimoquinto aniversario, y su gran desarrollo en pro del bien de las almas.

Nace una iniciativa evangelizadora

Parece ya muy lejano aquel 5 de agosto de 2009, en el que dos sacerdotes de la diócesis de Bragança Paulista (Brasil), párrocos de Santa Rita de Casia y Nuestra Señora del Destierro, preocupados por la imposibilidad de darles una asistencia adecuada a sus feligreses, escribieron al entonces administrador apostólico diocesano, Mons. José María Pinheiro, solicitándole la creación de una parroquia desmembrada del territorio de sus jurisdicciones en la sierra de la Cantareira, en el estado de São Paulo, dada la enorme extensión territorial que les competía. Sugirieron que estuviera bajo el cuidado de los sacerdotes de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli, apoyados por las hermanas de la Sociedad de Vida Apostólica Regina Virginum, ambas sociedades nacidas en el seno de los Heraldos del Evangelio, que tenían muchas comunidades en esta zona serrana.

El 18 de octubre siguiente, en una solemne celebración eucarística presidida por el propio Mons. José María Pinheiro, en la aún iglesia de Nuestra Señora del Rosario —hoy basílica—, elegida provisionalmente como sede, nacía la Parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, con la toma de posesión oficial del nuevo párroco, el P. Caio Newton de Assis Fonseca, EP.

Fue un admirable reto explorar las 64.800 hectáreas del territorio parroquial, con sus doce comunidades y sus respectivas capillas —una de ellas, la de Nuestra Señora de Fátima, funcionaba en el local social de una asociación de vecinos—, en el que, en esa época, vivían cuarenta mil habitantes. La región, compuesta por vastas áreas rurales, muchas de ellas desfavorecidas, así como por varias urbanizaciones de clase media, revelaba una gran heterogeneidad entre los fieles.

Además, las largas distancias propias de una floresta urbana y la dispersión de los barrios dificultaban enormemente la acción pastoral, lo que llevó a los nuevos evangelizadores a armarse de valor para afrontar estos obstáculos.

Conociendo el campo de acción

«Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1, 8), declaró el Redentor a sus discípulos antes de subir al Cielo.

Atendiendo al deseo del divino Maestro, el fundador de los Heraldos del Evangelio, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, promovió varios días de misión mariana en toda la parroquia, con el fin de conocer en detalle su campo de acción evangelizadora y sus necesidades, hacer un censo de los católicos —que se verificó ser un número mayoritario— y dar a conocer esta reciente iniciativa de la Iglesia Católica en esa región, tomando nota de sugerencias y peticiones.

El testimonio de misioneros, clérigos, hermanas o laicos, caminando por calles y callejuelas, senderos y caminos, con la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima o su oratorio, marcó aquellos días. La población católica, inicialmente sorprendida y curiosa, mostraba interés por participar en la vida eclesial. No era pequeño el número de gente que había abandonado la fe por falta de asistencia religiosa católica.

Tan sólo el 18 % de los católicos declaró cumplir el precepto dominical; un número ligeramente superior lo observaba una vez al mes; la mayoría confesó que participaba en la eucaristía de los domingos esporádicamente, debido a la falta de misas en las capillas cercanas. Muchos fueron los que pidieron catequesis para recibir los sacramentos y cientos de fieles se mostraron dispuestos a cooperar en las pastorales, contribuir económicamente o integrarse en el Apostolado del Oratorio de María, Reina de los Corazones.

Método y dedicación para la santificación de las almas

La red había sido echada para pescar almas (cf. Lc 5, 10). Una nueva vida llenó las capillas de la parroquia recién fundada, marcada por la intensa acción de la gracia divina. La presencia sacerdotal propició la asidua celebración de la santa misa, y los clérigos se desdoblaron en la atención de confesiones, en cursos de recepción de los distintos sacramentos, con catequesis de iniciación cristiana para niños y adultos, en la predicación de retiros, en visitas a los enfermos, además de otras obras sociales.

El entusiasmo era general. Nadie escatimó esfuerzos ni sacrificios. Los feligreses ayudaban en todo lo necesario, ya fuera en la limpieza y orden de las capillas, en la preparación de los lectores, para participar dignamente en la liturgia de la palabra en la misa, en la formación de coros e incluso bandas, para animar las celebraciones de una manera bella, piadosa y armoniosa, dando lugar a las pastorales de la limpieza, de la liturgia y de la música.

Cada domingo, lloviera o hiciera sol, las capillas, antes vacías y muchas de ellas deterioradas, se llenaban de fieles, que llamaban a vecinos y conocidos a participar de las celebraciones eucarísticas. Los Heraldos del Evangelio pusieron a disposición sus furgonetas y coches, con conductor, para recoger y llevar de vuelta a sus casas, después de la Santa Misa, a los más alejados y sin medios para desplazarse. Nació la inédita pastoral del transporte, con un papel preponderante en los albores de la naciente parroquia.

«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios» (Mc 10, 14), afirmó el divino Maestro. Los pequeños no quedaron al margen de este trabajo metódico y estructurado, iniciado con tanto vigor. Además de la catequesis de Primera Comunión, Perseverancia o Confirmación, comenzaron a recibir cursos de profundización en temas de doctrina católica y de servicio del altar. Los chicos formaban el tradicional grupo de monaguillos, auxiliando a los sacerdotes en las misas. Las chicas, en honor a Santa Marta que servía al Señor, constituían el grupo de «martitas», encargadas del cuidado de la sacristía, la procesión de las ofrendas, el coro y otras necesidades litúrgicas. Además, con el ímpetu propio de su edad, se convirtieron en verdaderos misioneros, llevando a menudo a toda la familia a la vida de oración y sacramental, especialmente a través del ejemplo de sincera devoción eucarística en las comunidades.

En la catequesis infantil y en las festividades nacía también la pastoral de las artes escénicas, con propuestas para la creación y práctica de representaciones teatrales, una de las manifestaciones artísticas más antiguas de la humanidad y un excelente recurso en el apostolado con las generaciones actuales.

Alcanzando la madurez

Con el paso de los años, se reformaron muchas capillas, se incrementó las pastorales, surgieron iniciativas, los fieles se enfervorizaron
La capilla del Sagrado Corazón de Jesús los primeros años de la parroquia y actualmente

Con el paso de los años, la parroquia alcanzaba la madurez. La Providencia divina se mostró generosa con las gracias y los medios, humanos y materiales. Muchas de las capillas fueron reformadas, convirtiéndose en templos más dignos para el culto, y hasta construidas algunas.

La capilla del Sagrado Corazón de Jesús, por ejemplo, era tan sencilla que no tenía revestimiento en el techo, ni puertas ni bancos, y hoy está terminada, con un imponente campanario y salas para catequesis, en un hermoso edificio. La Comunidad Nuestra Señora de Fátima, que no contaba con capilla, recibió una bella construcción, compuesta por templo, sacristía, aulas, salón de reuniones y una carpa para eventos, siendo elevada a la categoría de oratorio por Mons. Sergio Aparecido Colombo, actual obispo de Bragança Paulista. Asimismo, la antigua capilla de San Judas Tadeo sufrió importantes mejoras y fue elegida sede parroquial, habiendo sido dedicada también como iglesia, por el mismo obispo diocesano.

Las conmemoraciones patronales, las fiestas juninas, las misiones marianas y navideñas, los bazares benéficos, las solemnidades de Corpus Christi, con sus coloridas alfombras de serrín y sus procesiones, y muchas otras festividades, son ocasiones en las que los parroquianos se reúnen, incluso con otras comunidades, y dan muestras de su fidelidad.

Se incrementaron las pastorales y surgieron movimientos como el de Formación Cristiana Permanente para adultos, cuyo objetivo es ofrecer una constante profundización en temas de relevancia para la vida cristiana, impartiendo asiduamente, en varias de las capillas, cursos de Teología para laicos y seminarios de arte y cultura, entre otras actividades.

Cabe mencionar también la pastoral vocacional y los grupos juveniles, una labor desarrollada con el fin de despertar en cada feligrés el compromiso de cumplir su vocación en cuanto bautizado, así como auxiliarle a discernir su llamamiento específico, ya que muchos jóvenes han manifestado interés en entregar sus vidas a un ideal, ya sea a través de la vida consagrada, del sacerdocio o de la formación de una familia.

Gracias a la pastoral matrimonial y familiar —que se lleva a cabo por medio de reuniones y encuentros con jóvenes que quieren vivir su vocación conyugal; del curso de preparación para novios; y de charlas con familias constituidas acerca de los desafíos del matrimonio y la educación de los hijos— muchas parejas han normalizado su situación irregular, volviendo a la comunión sacramental.

La pastoral de los enfermos es una de las páginas más emotivas de la historia de estos quince años de labor evangelizadora, por el aliento llevado a los que sufren y por abrir las puertas del Cielo a los que mueren en el Señor. Semanalmente, todos los enfermos que lo requieren son visitados para recibir la sagrada comunión y cualquier otra asistencia pertinente. Uno de los casos más conmovedores es el de Mara Arnoni, feligresa desde los primeros días. Había rezado durante diez años pidiéndole a Dios que enviara obreros a esta mies tan vasta, y fue atendida generosamente cuando nació la parroquia. Participante siempre activa en las actividades y muy piadosa, Mara fue visitada por la cruz con un cáncer que la llevó a la muerte. Los sacerdotes heraldos la ampararon durante todo el período de su enfermedad, llevándole la comunión a su casa en numerosas ocasiones y administrándole los últimos sacramentos antes de su partida.

Testimonios agradecidos

Los obreros de tan intensa evangelización se sienten inundados de alegría al constatar el progreso de los feligreses en su integración a la vida eclesial y en su aspiración a crecer en la fe.

«Los niños no se quedan sin la Primera Comunión, ni los jóvenes sin la Confirmación. No les falta a las parejas el apoyo espiritual que les corresponde, sobre todo en cuanto a la preparación para el matrimonio. Los enfermos no dejan de estar atendidos. Ninguna de las más de diez comunidades se queda sin la eucaristía en los días de precepto»

Con enorme satisfacción, la parroquia ha visto el crecimiento de sus niños y algunos, que recibieron el Bautismo o la Primera Comunión en sus comienzos, actualmente entran en las vías del matrimonio, constituyendo hogares católicos gracias a la formación que recibieron en su infancia. Naiara Prado, de la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, fue uno de ellos. Hoy está casada con un joven parroquiano y cuenta, con gratitud: «Comencé con las clases de catequesis en la capillita, con las hermanas de Regina Virginum; luego vino el curso de Perseverancia; fui “martita”, actué en algunos teatros y participo en el coro. Me casé hace cuatro años y quiero agradecerles a los heraldos todo el apostolado y cariño que les dedican a los feligreses. Sobre todo, quiero agradecer a Mons. João el haber creado esta obra tan grandiosa, que convierte muchas almas en todo el mundo y, estoy segura, salvará muchas almas».

Se podrían citar innumerables testimonios. Sin embargo, debemos limitarnos a unos pocos. Consideremos el de Rejiane Soares, de la iglesia de San Judas Tadeo: «Vivo aquí desde hace veinticuatro años. El hecho verdaderamente destacable fue la llegada de los heraldos a nuestra capilla, pues teníamos grandes dificultades para acceder a los sacramentos —especialmente a la Confirmación, que se administraba sólo en la iglesia matriz de Mairiporã—, y junto con ellos toda la amistad y bienquerencia de los sacerdotes, que cumplen enteramente su deber con mucha seriedad, bondad, mostrándonos el verdadero rostro de la Santa Iglesia, pura e inmaculada. Nosotros, los laicos, participamos muy activamente, ayudando y asumiendo las necesidades de la comunidad».

Adalberto Rodrigues también da su testimonio con respecto a la Comunidad Nuestra Señora de Fátima: «Nací aquí, en 1983, e inicialmente las actividades religiosas se realizaban en lugares cedidos, como la guardería y después la asociación de vecinos. En 2009 llegaron los Heraldos del Evangelio y comenzaron las gestiones para la adquisición del terreno, aunque las actividades continuaron en la asociación, con misas frecuentes, confesiones y bautizos: los sacramentos se volvieron más accesibles a todos. Conocí a personas que ya no salían de sus casas por motivos de salud y no recibían los sacramentos; ahora los reciben, debido a las visitas de los sacerdotes heraldos. Hubo muchas regularizaciones en los matrimonios. Mis padres llevaban más de cuarenta años viviendo juntos y pudieron casarse por la Iglesia, oficialmente. Lo más destacable de todo fue la conclusión del bellísimo oratorio de Nuestra Señora de Fátima, que podemos frecuentar con total libertad».

Y para coronar nuestra conmemoración del aniversario de la parroquia, finalizamos estas líneas con el testimonio de Mons. Sergio Colombo acerca de los sacerdotes heraldos, que, como él dice, está marcado «por sentimientos de gratitud»: «En la parroquia que esta diócesis les ha confiado, todos están atendidos. Los niños no se quedan sin la Primera Comunión, ni los jóvenes sin la Confirmación. No les falta a las parejas el apoyo espiritual que les corresponde, sobre todo en cuanto a la preparación para el matrimonio. Los enfermos no dejan de estar atendidos. Ninguna de las más de diez comunidades se queda sin la eucaristía en los días de precepto: las misas empiezan el sábado por la tarde y continúan durante todo el domingo. Siento mucha alegría por tener sacerdotes así en nuestra diócesis».

Genuflexos y agradecidos por el amparo celestial, los heraldos le piden a Nuestra Señora de las Gracias que siga bendiciendo esta obra, para la salvación de las almas y la gloria de la Iglesia. ◊

 

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