¿Quién es Dios? ¿Cómo es Dios?

En las diversas perfecciones de la creación encontramos fácilmente el sello de la Trinidad Beatísima, que nos llama a buscarla para gozar de su compañía por toda la eternidad.

15 de junio – Solemnidad de la Santísima Trinidad

Un inocente niño, de unos 5 o 6 años, se preguntaba: «¿Quién es Dios?». Y a la respuesta de esta cuestión dedicó su existencia. Sin embargo, después de haber escrito más de ocho millones setecientas mil palabras, ya hacia el final de su vida Santo Tomás de Aquino tuvo una visión sobrenatural y concluyó que todo lo que escribió era insuficiente para responder a la indagación de su infancia.

Pasan los siglos y el demonio, en su eterna infelicidad envidiosa, promueve la idea de que Dios es un ser «desaborido»: insípido, vaporoso, distante y… exigente. Así pues, hablar de la Santísima Trinidad despierta en ciertas mentes la imagen de un Dios Padre del tipo «anciano benévolo» y bonachón, que ya no tiene fuerzas para gobernar los acontecimientos; de un Dios Hijo líder filantrópico que intentó ayudar a los hombres y fracasó; y de un Dios Espíritu Santo con apariencia de paloma muy bien intencionada, pero incapaz de realizar grandes obras. En el sentido opuesto, el pecado, el disfrute de la vida, el placer que ofrece el demonio —quién sabe si incluso el propio Satanás…— se presentan como interesantes, atractivos, fabulosos.

No muy lejos de nuestros días, otro niño, mientras bajaba en tren las laderas de la sierra del Mar, que separa São Paulo del litoral, pensaba en la variedad de altaneras montañas y nubes diáfanas, en el sol que bañaba la naturaleza, en los árboles en flor, en las cascadas que como un velo parecían sonreír o en el mar que, como una preciosa alfombra, ya despuntaba en el horizonte antes de comenzar el descenso. Su pregunta ya no era: «¿Quién es Dios?», sino: «¿Cómo es Dios?».

El pequeño Plinio admiraba la grandiosa obra de la creación y se quedaba encantado con sus armoniosos contrastes y su maravillosa diversidad. Concluyó que el Dios uno y trino debía ser representado por una multitud de seres diferentes y jerárquicamente ordenados, para componer un conjunto que lo reflejara de manera adecuada.

El Padre eterno, conociéndose con perfección, quiso darse plenamente, generando en su omnipotencia un Hijo igual a sí. Éste retribuye todo al Padre con tal integridad que del amor entre ambos procede el Espíritu Santo. Una vez completado el proceso entre las tres divinas personas, éstas quieren espejarse en una obra que las glorifique extrínsecamente de una manera pulcra y santa.

Artista insuperable, el Padre concibe un hermoso plan y lo confía al Hijo, que lo realiza de modo extraordinario encarnándose y entregándose por la humanidad, haciéndose obediente hasta la muerte. A su vez, el Espíritu Paráclito va distribuyendo a lo largo de los siglos los más variados beneficios, con el objetivo de completar este cuadro fabuloso con millones y millones de reflejos de sus infinitas perfecciones.

Pero, se preguntará alguien, ¿y los que se rebelan contra el plan de Dios? Incluso éstos lo glorificarán, haciendo brillar su justicia en un fuego creado por Él y mantenido por toda la eternidad para castigar a los insurgentes… Como todas las obras de la creación, el fuego, con su llama, su calor y su luz, refleja a su manera la Santísima Trinidad y alaba su perfecta unidad.

En Dios vivimos, nos movemos. No existe un fuera de Dios y, ya sea en las manos amorosas de su infinita bondad, sea en las manos justicieras de su sagrada cólera, lo glorificamos continuamente. ◊

 

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