Por el bautismo, damos frutos divinos

En el bautismo recibimos un nombre nuevo, somos cristianos; pero no siempre seguimos los pasos de Jesús, haciendo coincidir nuestra historia con la suya…

Fiesta del Bautismo del Señor

Cuando se hace un injerto de naranja en un limonero, por ejemplo— se produce una herida en el limonero, se le insiere un pequeño tejido del naranjo en ese sitio y luego se protege la herida para cicatrizarla o evitar plagas y enfermedades en la incisión. Tras la injerta, el limonero está listo para dar un nuevo fruto: la naranja.

El «injerto» de la gracia de Dios

He ahí una hermosa imagen de los efectos producidos en el bautismo, por medio del agua y el Espíritu Santo. La criatura, herida por el pecado, recibe el «injerto» de la gracia de Dios para que dé frutos divinos. Verdaderamente, un cristiano está llamado a ser otro Cristo.

En el cántico de Isaías, el Señor afirma: «Yo te formé» (42, 6), haciendo clara alusión a una nueva creación que tendría lugar con la Redención, en la que los cautivos serían liberados de la prisión (cf. Is 42, 7) del pecado y de la muerte. El salmo de la liturgia de hoy, a su vez, nos recuerda que esta nueva creación es una invitación hecha por Dios —a través de la «voz del Señor sobre las aguas» (28, 3), figura del bautismo— que domina los diluvios de la justicia y abre los Cielos por el diluvio de la misericordia y del perdón, con la venida del Mesías esperado.

La historia de Jesús y nuestra historia

San Lucas, al comienzo del relato del nacimiento de Jesús, subraya que eran los días de César Augusto (cf. Lc 2, 1) y que el bautismo realizado por Juan sucedió en el año decimoquinto del imperio de Tiberio, cuando Pilato era gobernador de Judea, Herodes, Felipe y Lisanio eran tetrarcas, y Anás y Caifás eran sumos sacerdotes (cf. Lc 3, 1-2). Era necesario registrar el momento en que Dios entró en la historia de los hombres con su encarnación y nacimiento, para que ellos pudieran entrar en la historia de Dios con el bautismo.

En efecto, a través del bautismo recibimos un «injerto divino», que cura la herida del pecado original. En ese día los cielos se abren para nosotros, tal y como se abrieron con ocasión del bautismo de Jesús; el Espíritu Santo, que descendió sobre Él en forma de paloma, desciende también sobre nosotros; y la voz del Padre, que se hizo oír reconociendo a Jesús como Hijo, puede reconocernos igualmente a nosotros como hijos e hijas amados de Dios (cf. Lc 3, 21-22).

Pero ¡atentos! San Pedro, resumiendo lo sucedido después del bautismo predicado por Juan, dice que Jesús «pasó haciendo el bien» (Hch 10, 38). Y nosotros, después de nuestro bautismo, ¿procuramos asemejar nuestra biografía a la suya? Hemos recibido un nuevo nombre, ¡somos cristianos! Sin embargo, ¿por dónde pasamos y qué hacemos? Hemos recibido el injerto divino y ¿qué frutos hemos dado?

La solución para ser otro Cristo está en juntar las manos y decir: «Dios te salve Reina, Madre de Misericordia». Y María Santísima nos alcanzará la gracia del arrepentimiento, si nos hemos extraviado, y nos conducirá por el camino de vuelta a su Hijo Jesús. ◊

 

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