VII Domingo del Tiempo Ordinario
El Evangelio de hoy, que se lee en paralelo al de San Mateo (cf. Mt 5, 38-48), nos invita a tener alma de gigante y a ser magnánimos;1 amar a nuestros enemigos y a hacer el bien a los que nos odian, bendiciendo a los que nos maldicen y rezando por los que nos calumnian (cf. Lc 6, 27-28).
San Agustín2 afirma que mayor obra es hacer del impío un justo que crear el cielo y la tierra, pues tanto para crear como para perdonar se requiere igual poder, pero para perdonar se requiere mayor misericordia. Y Santo Tomás de Aquino3 afirma que el perdón es la máxima manifestación de la omnipotencia divina.
Así, en el desierto de Zif, David tenía en sus manos a su mayor enemigo y perseguidor, el rey Saúl. Sin embargo, aun sabiendo que Dios lo había entregado en su poder, no quiso extender sus manos contra el ungido del Señor (cf. 1 Sam 26, 23), enseñándonos que el perdón es propio de los grandes.
Más tarde, el rey profeta cantaría que «el Señor es compasivo y misericordioso» (Sal 102, 8), mostrando que perdonar significa olvidar, curar y dar nueva vida. El perdón, por tanto, nos hace partícipes de la propia omnipotencia de Dios, que «no nos trata como merecen nuestros pecados», sino que «aleja de nosotros nuestros delitos» (Sal 102, 10.12).
Pero la escuela de Jesús va más allá. Con autoridad de supremo Legislador, amonesta: «Sed misericordiosos como vuestro Padre también es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará» (Lc 6, 36-38). Y San Pablo invita a los de Corinto a ser espejo de Jesús, pues «lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial» (1 Co 15, 49).
No obstante, cabe señalar que perdonar no significa condescender con el mal. El perdón tiene una condición: el arrepentimiento. En el capítulo 18 del Evangelio de San Mateo, Nuestro Señor traza la hoja de ruta de la corrección fraterna, porque la misericordia sin justicia es complicidad y connivencia con el demonio, el mundo y la carne.
Por último, hemos de recordar que, en María Inmaculada, Dios anticipó el perdón eximiéndola del pecado original. En la Santísima Virgen, exclama San Lorenzo de Brindis, el Señor «ha hecho maravillas, pero maravillas realmente singulares, porque la grandeza de María excede sin comparación a toda otra grandeza creada».4 A los hombres, Dios les ha perdonado muchos pecados; pero en cuanto a Nuestra Señora ha hecho imposible que cometiera alguno. ◊
Notas
1 «[Se llama] magnánimo al que tiene el ánimo orientado hacia un acto grande» (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. II-II, q. 129, a. 1).
2 Cf. San Agustín. Tratados sobre el Evangelio de San Juan. Tratado 72, n.º 3.
3 Cf. Santo Tomás de Aquino, op. cit., I, q. 25, a. 3, ad 3.
4 San Lorenzo de Brindis. «Alabanzas e invocaciones a la Virgen Madre de Dios. Sermo IX», n.º 3. In: Marial. Madrid: BAC, 2004, p. 309.