«Flos Carmeli, vitis florigera, splendor cæli, Virgo puerpera, singularis. Mater mitis, sed viri nescia, carmelitis da privilegia, stella maris —Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del Cielo, Virgen fecunda y singular. Madre dulce, de varón no conocida, con los carmelitas muéstrate propicia, ¡oh, Estrella del mar!». Este fragmento del himno compuesto por San Simón Stock cobra un significado especial en España. De hecho, si la fiesta de Nuestra Señora del Carmen ya es, en sí misma, un gran acontecimiento, en las regiones costeras de ese país se reviste de un plus de belleza en honor de la Estrella del mar.
En el siglo xviii, el almirante Antonio Barceló y Pont de la Terra fomentó esa devoción en la Armada —la marina de guerra española—, dirigida por él como teniente general. En adelante, el patrocinio de San Telmo fue dando paso al de la Virgen del Monte Carmelo. Posteriormente, en 1901, se convertiría en la patrona de la Real Armada Española y de todos los navegantes del mar; incluso los pescadores la tomarían por protectora, sin exceptuar a San Pedro, claro.
Desde entonces, en las más diversas regiones del litoral, sus devotos llevan a cabo todos los años una grandiosa procesión acuática: el traslado de la imagen de Nuestra Señora del Carmen de la iglesia al puerto, donde es subida a un barco, recorriendo el mar seguida por otras embarcaciones primorosamente engalanadas. La celebración adquiere un aire festivo, y el silbido de las sirenas de los barcos le confiere una nota de mayor grandeza e importancia al acto.
El objetivo de la procesión es el de bendecir tanto el trabajo de los pescadores como la misión de los valientes marineros españoles. Durante el cortejo, éstos últimos honran a los fallecidos en las aguas arrojando claveles y guardando un minuto de silencio. ¡Qué honor para la Santa Madre pasar por el mismo lugar donde ellos entregaron sus almas a Dios! También se escuchan los armoniosos acordes de la Salve Marinera, un himno militar mariano que suele arrancar lágrimas cuando se canta en ese momento de homenaje a los caídos.
El océano… ¡Cuántos misterios lo rodean! La grandeza de aquellos que lo surcan reside precisamente en la incertidumbre. ¿Quién les garantiza que llegarán a tierra firme? Por mucha experiencia que tengan, saben que, aislados en medio de las aguas, están completamente abandonados en manos de la Providencia.
En esa hora de mayor vulnerabilidad humana es cuando la Virgen se presenta para interceder por cada uno de nosotros ante Dios. Ella es la estrella que ilumina el camino, serena las tempestades, revigoriza los corazones y señala el puerto de la salvación.
A causa de nuestros muchos pecados, mereceríamos ser tragados por las olas del castigo divino. Pero María, como fiel abogada, pide por nosotros para que la muerte eterna no nos devore, y nos bendice a fin de que nuestra misión se cumpla. Bajo la protección de la Santísima Virgen no tenemos por qué preocuparnos; Ella es verdaderamente la Estrella del mar. ◊