La devoción a la Inmaculada Concepción de María fue uno de los regalos más valiosos que la nación portuguesa legó a sus territorios de ultramar. Desde el descubrimiento de Brasil, innumerables capillas y oratorios se erigieron en honor de esta advocación, y su fiesta, el 8 de diciembre, empezó pronto a ser celebrada allí con toda solemnidad.
En 1646, por decreto del rey Juan IV, Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de Portugal y de todas sus provincias ultramarinas. En la mencionada promulgación, el monarca lusitano determinaba incluso los colores con los que deberían adornarse las imágenes de la Virgen: manto azul oscuro con forro rojo granate, como muestran incontables esculturas realizadas en el antiguo Brasil.
Las familias brasileñas valoraban mucho tales representaciones, y casi no había hogar que no tuviera una imagen de la Inmaculada Concepción en su oratorio doméstico. ¿Cómo las conseguían? En un mundo que prácticamente desconocía la producción en serie, era necesario recurrir al trabajo artesanal, para el que no faltaban artistas con talento.
Modelada por las manos de un sacerdote
Fray Agustín de Jesús fue uno de estos artistas. Nacido en Río de Janeiro hacia el año 1600, ingresó en la Orden de San Benito e hizo su profesión religiosa en el monasterio de San Salvador de Bahía. Allí vivió con quien se convertiría en su maestro, el monje portugués Agustín de la Piedad, experto en el arte de la escultura en terracota. Después de su ordenación en Portugal, en 1634, regresó a Brasil y pasó algún tiempo en Salvador y en otros monasterios benedictinos, como el de Santana de Parnaíba, en São Paulo. Falleció en la capital fluminense en 1661. La necrológica del monasterio de San Benito de Río de Janeiro nos da, acerca del religioso carioca, la siguiente información: «Para ordenarse sacerdote fue al reino, y al regresar a este monasterio se ocupaba en la pintura y en hacer imágenes de barro, para lo que tenía especial gracia y dirección».1
Según autorizados especialistas, éste bien pudo haber sido el autor de la imagen que se haría muy famosa bajo la advocación de Nuestra Señora Aparecida. Las facciones de la Virgen, su porte, sus adornos —entre ellos una característica diadema de tres perlas en la frente—, los pliegues del manto, la ausencia de firma alguna en la imagen… Todas estas peculiaridades son rasgos característicos de las obras de fray Agustín, algunas de las cuales se exponen en el Museo de Arte Sacro de São Paulo, en el convento de la Luz.
Ahora bien, ¿cómo llegó a convertirse en la patrona de Brasil uno de los miles de imágenes barrocas de la Inmaculada Concepción?
Todo empezó con un providencial incidente. De hecho, los historiadores plantean varias hipótesis sobre cómo la imagen habría terminado en las aguas del río Paraíba. Lo cierto, no obstante, es que su hallazgo fue promovido por María Santísima con el fin de intensificar su protección sobre la Tierra de Santa Cruz.
«Al pasar por esta villa el conde de Assumar…»
El 22 de diciembre de 1716, Pedro de Almeida y Portugal, conocido como el conde de Assumar, fue nombrado gobernador general de las Capitanías de São Paulo y Minas de Ouro,2 que permanecían unidas desde 1709. Su toma de posesión tuvo lugar al año siguiente, en la ciudad de São Paulo. Desde allí, el 27 de septiembre, emprendió un viaje histórico a la región minera, en cuyo itinerario se encontraba el pequeño pueblo de Guaratinguetá.
«Al pasar por esta villa [el conde de Assumar] […], los pescadores fueron notificados por el concejo para que le presentaran a dicho gobernador todo el pescado que pudieran conseguir».3 Así comenzaba el relato de la aparición de la Señora, narrada por el P. João de Morais e Aguiar cuarenta años después del suceso.
Era la segunda quincena de octubre de 1717 cuando, acatando la convocatoria general, tres pescadores, Domingos Martins Garcia, João Alves y Filipe Pedroso, salieron a pescar al río Paraíba.
«Aparecida» en el río Paraíba
El río, sin embargo, no estaba para peces… Habían recorrido una distancia considerable y sus redes aún continuaban vacías. Seguramente terminarían la jornada en el completo fracaso de no coger nada para el gobernador y su comitiva.
Ahora, al llegar cerca del puerto de Itaguaçu, a seis kilómetros de donde habían partido, uno de ellos, João Alves, volvió a intentarlo en las turbias aguas del río. Esta vez percibió que había atrapado algo…
Al tirar de la red, el pescador se topó con el cuerpo de una pequeña imagen atrapada entre las mallas. Más adelante, al repetir la acción, ante el asombro de los tres hombres, la cabeza salió a la superficie. Al darse cuenta del carácter sobrenatural del hallazgo, João envolvió la estatuilla en una tela y la colocó en un rincón de la canoa. El relato continúa: «No habiendo pescado nada hasta entonces, de ahí en adelante la pesca fue tan copiosa en pocos lances que, [temerosos] de hundirse por la gran cantidad de peces que llevaban en las canoas, se retiraron a sus hogares, admirados por este éxito».4
La casa del pescador Filipe Pedroso se convirtió en el primer oratorio de esa imagen, «aparecida» en las aguas del río Paraíba. Su familia y vecinos se reunían allí, sobre todo los sábados, para rezar el rosario y otras prácticas piadosas. Unos años más tarde, se construyó una pequeña capilla en Itaguaçu, y la Virgen, llamada ya cariñosamente por el pueblo como Nuestra Señora Aparecida, fue colocada en un modesto altar de madera. En este rústico ambiente ocurrieron los primeros milagros de la «Señora», narrados también en la crónica del P. João de Morais.
Comienzo de los milagros y difusión del culto
Un sábado por la noche, mientras todo el vecindario rezaba y cantaba en el oratorio, las dos velas que flanqueaban la imagen se apagaron de repente, sin que soplara viento. Y antes de que cualquiera de los presentes pudiera hacer algo ¡las velas volvieron a encenderse! En otra ocasión las llamas parpadearon sin motivo aparente.
El escepticismo hodierno, ante este fenómeno, sin duda se apresuraría a buscar explicaciones naturales, descartando a priori cualquier causa milagrosa. Pero esto no fue lo que sucedió con aquella gente sencilla, pero de fe robusta. La noticia de ésos y otros muchos signos se difundió a una celeridad impresionante.
La posición de la modesta capilla, situada a la vera de un camino por donde transitaban frecuentes caravanas, contribuyó a la expansión del culto a la Virgen Aparecida, que, en pocos años, se difundió por las regiones de los actuales estados de São Paulo, Minas Gerais, Paraná e incluso en algunas poblaciones del centro-oeste y sur del país.
Una misiva del 15 de enero de 1750, dirigida a la casa general de la Compañía de Jesús, de Roma, da cuenta de la misión predicada por dos jesuitas en diferentes localidades de la provincia de São Paulo en los años 1748 y 1749. Escrito en latín, el documento nos habla de la ya creciente fama de la imagen «por los muchos milagros realizados», añadiendo que «muchos acuden de lugares distantes pidiendo ayuda para sus propias necesidades»,5 y esto ¡tan sólo treinta años después de la pesca milagrosa!
Y a finales del siglo xix, el misionero redentorista P. Valentín von Riedl así describía la devoción a la Virgen Aparecida: «Nuestra Señora domina verdaderamente, como Señora, toda la región. […] En su amor a la Madre de Dios, el pueblo brasileño anda buscando todavía otro que lo iguale. No es sin razón que Nuestra Señora es tan amada e invocada; este amor y esta devoción fueron la protección contra la infidelidad y se convirtieron en la veta de oro de su perseverancia en la fe católica. Sin esta devoción el pueblo habría caído en una completa indiferencia religiosa».6
Narraciones que llenarían centenares de libros
Con el tiempo, se ha ido estableciendo una sucesión ininterrumpida de milagros en torno a la venerada imagencita que perdura hasta nuestros días. No hay más que fijarse en la exorbitante cantidad de exvotos ofrecidos al Santuario Nacional de Aparecida: agradecimientos por curaciones y restablecimientos inexplicables en casos de enfermedades y accidentes, soluciones a problemas económicos o familiares…
Uno de los objetos expuestos y digno de mención especial son las cadenas del esclavo Zacarías. Se cuenta que a finales del siglo xviii este esclavo fugitivo, mientras era llevado de vuelta a la hacienda de su patrón, pidió rezar delante de la imagen, cuyo oratorio se encontraba en su trayecto. Obtenido el permiso, el pobre hombre se puso inmediatamente a pedir el auxilio de la Madre de Misericordia en tan angustiosa situación, y he aquí que, de repente, las gruesas cadenas cayeron de sus manos y de su cuello. Al enterarse de lo sucedido, el terrateniente decidió ofrecerle el precio de aquel esclavo a Nuestra Señora, acogiendo a Zacarías en su casa como un miembro más de la familia.
Otro hecho prodigioso ocurrió con el caballero sacrílego que, al intentar cruzar los pórticos de la Basílica Vieja para burlarse de la religión, vio cómo las herraduras de su caballo se clavaban en las piedras de la escalera… Finalmente, arrepentido, entró a pie en la iglesia. También están los milagros representados en lienzo por el artista alemán Thomas Driendl: el niño que, tras caer accidentalmente en el río Paraíba, permaneció en el mismo sitio mientras la corriente seguía su curso, posibilitando que su padre lo rescatara; la niña ciega que empezó a ver al invocar a la Virgen; el cazador que escapó de los dientes de una onza gracias a la intervención de María Santísima… La narración de los milagros de Aparecida podría llenar cientos de libros.
Peregrinos ilustres y títulos pontificios
De la pequeña capilla de Itaguaçu, la milagrosa imagen pasó a su primera iglesia, en Morro dos Coqueiros, situado hoy en el municipio de Aparecida, pero que en aquella época aún formaba parte de Guaratinguetá. Construido bajo la supervisión del párroco José Alves Vilella e inaugurado el 26 de julio de 1745, el templo pasó a ser conocido con el nombre de «capilla». Allí, el 20 de agosto de 1822, el futuro emperador de Brasil, Pedro I, rezó ante la imagen pidiendo éxito para la empresa que llevaría a cabo pocos días después, en una fecha que sería memorable.7 En el mismo lugar, Nuestra Señora Aparecida fue visitada por Pedro II y, unos años más tarde, por la princesa Isabel y el conde de Eu. Fue entonces cuando la princesa impulsó la confección de la preciosa corona de oro, engastada con cuarenta diamantes, que hasta el día de hoy adorna la frente de la patrona.
Posteriormente, este santuario fue sustituido por otro más grande, de estilo barroco, inaugurado el 24 de junio de 1888. El hermoso templo, que hoy conocemos como la Basílica Vieja, también fue escenario de notables acontecimientos.
Allí la Virgen Aparecida fue solemnemente coronada Reina de Brasil por mandato de San Pío X. Y en 1931, por orden del papa Pío XI, de allí partió hacia Río de Janeiro a fin de ser proclamada patrona del país, ocasión en la que más de un millón de personas asistieron, en la entonces capital federal, a la consagración realizada por el episcopado nacional en presencia de las principales autoridades civiles y militares de la época.
Y este templo también fue testigo de una de las horas más trágicas de la historia de la imagen milagrosa.
Víctima de un brutal atentado
En la tarde del 16 de mayo de 1978, un fuerte vendaval soplaba sobre el valle del Paraíba, cubriéndolo con una espesa nube de polvo. Sin embargo, la lúgubre penumbra que dominaba la capital de la fe tan sólo era el presagio de una tragedia que aún estaba por suceder.
La última misa del día en el santuario de Aparecida comenzó a las ocho de la noche. En un momento dado, el valle entero se quedó sin electricidad, dejando al recinto sagrado en la oscuridad, interrumpida ésta únicamente por el parpadeo de las velas del altar. En esos instantes, un hombre, que hasta entonces se hallaba agachado frente al altar de la imagen, atacó la hornacina. De tres golpes, rompió el cristal protector, cogió la imagen y huyó con las manos ensangrentadas. Mientras tanto, la corona donada por la princesa Isabel cayó sobre el altar y resultó dañada. Hubo una conmoción general. Uno de los guardias de la basílica alcanzó al delincuente, quien soltó la imagen. Ésta, al caer al suelo, se deshizo en cientos de pedazos.
El hecho sacudió al Brasil católico. La pequeña imagen de terracota, símbolo de la protección de María para todo el país, ¡había sido víctima de un atentado brutal!…
La dirección del santuario, confiada desde hacía tiempo a los hermanos redentoristas, pensó inicialmente encargar la restauración a los Museos Vaticanos. No obstante, enseguida se verificó que el Museo de Arte de São Paulo (MASP) contaba con profesionales especializados, que sabrían llevar a cabo el inmenso desafío de devolver a la nación la imagen de su patrona. Años más tarde, el director del MASP, Pietro Bardi, confesó que sólo había aceptado esta delicada misión por inspiración de la Virgen, pues el estado en el que se encontraba la imagen era lamentable.
La restauración se inició el 29 de junio del mismo año, en manos de María Helena Chartuni, y fue concluida, con total éxito, el 21 de julio. El 19 de agosto, entre festejos, la Reina regresó a su «feudo», seguida desde São Paulo hasta Aparecida por una larga procesión de fieles.
Años más tarde, Nuestra Señora fue trasladada definitivamente al Santuario Nacional, el más grande del mundo dedicado a María, conocido hoy como Basílica Nueva. El papa Juan Pablo II consagró el templo el 4 de julio de 1980, ocasión en la que le concedió el título de basílica menor.
Cada año, y especialmente el 12 de octubre, fiesta nacional en el calendario civil y solemnidad en el calendario litúrgico brasileño, la imagen de la Virgen Madre Aparecida recibe la visita de millones de fieles que, de todas partes, acuden a su santuario para venerarla y rogar su infalible protección.
Que Ella reine sobre toda la tierra
Comentando la coronación de Nuestra Señora Aparecida como Reina de Brasil, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira hizo esta hermosa consideración: «En este acto debemos ver un prenuncio del Reino de María. Desde el momento en que la Santísima Virgen ha sido aclamada Reina de Brasil por determinación del sumo pontífice, ha quedado legalmente declarado el Reino de María en el país. A efectos celestiales y terrenales, Nuestra Señora tiene derechos sobre Brasil aún mayores que los que tendría si fuera una reina temporal».8
Como súbditos, pues, de tan sublime Soberana, recemos y luchemos con entusiasmo para que su reinado se extienda por toda la tierra. Que Ella reciba, cuanto antes, la máxima gloria y no haya corazón que no la ame. ◊
Notas
1 NIGRA, Clemente da Silva. Os dois escultores Frei Agostinho da Piedade e Frei Agostinho de Jesus, e o arquiteto Frei Macário de São João, apud BRUSTOLINI, CSsR, Julio. História de Nossa Senhora da Conceição Aparecida. A imagem, o santuário e as romarias. 12.ª ed. Aparecida: Santuario, 2004, p. 22.
2 Futuro estado de Minas Gerais.
3 BRUSTOLINI, op. cit., p. 44.
4 Idem, ibid.
5 ARCHIVUM GENERALIS SOCIETATIS IESU. Bras. 10/II, 429-430, apud BRUSTOLINI, op. cit., pp. 47-48.
6 VON RIEDL, CSSR, Valentín. Carta 221, apud BRUSTOLINI, op. cit., p. 78.
7 El 7 de septiembre gritaría «¡Independencia o muerte!» a orillas del río Ipiranga, proclamando a Brasil como nación independiente.
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 5/10/1964.