En varios países de África, los cristianos son perseguidos y asesinados por profesar su fe, basada en la Ley de Dios y en las enseñanzas de la Iglesia; mientras nosotros, tranquilos, gozamos de la «pseudonormalidad»…
Al oír la palabra mártires nos viene el recuerdo de los cristianos que en el pasado derramaron su sangre por la fe, especialmente en Roma. Ante nuestros ojos se nos presenta la figura del Coliseo, enorme anfiteatro con su arena cargada de bendiciones, escenario de tantos holocaustos durante las primeras persecuciones a la Iglesia, sucesos siniestros y magníficos al mismo tiempo. Surge en la memoria la imagen del pódium, tribuna desde la cual las autoridades imperiales asistían al espectáculo de seres humanos siendo devorados por las fieras. Sin duda, el sufrimiento de aquellos testigos de la fe estaba místicamente unido al de los cristianos de todos los tiempos.
Hombres y mujeres que ofrecieron sus vidas resistiendo a la presión del ambiente pagano que los rodeaba para mantenerse fieles a la gracia de conversión que habían recibido al conocer a la Santa Iglesia. Negarse a quemar incienso a los ídolos era un crimen castigado con la pena de ser arrojado a las fieras.
Una demostración de fe y de nobleza
A este propósito, recuerdo las bellas palabras que el fundador de los Heraldos del Evangelio, Mons. João Scognamiglio Clá Días, escribió como meditación, estando en el Coliseo en febrero de 1993. Transcribo a continuación algunos fragmentos de ese agradable texto literario:
«Estoy escribiendo justo al lado del estrado donde se ponían los emperadores para regodearse con el despedazamiento de los cuerpos de los mártires, en el lugar central y más importante de la platea de este histórico, terrible y grandioso Coliseo. Puedo asistir, con la memoria y la imaginación, a innumerables martirios. Veo a un San Ignacio Obispo, que llega de Antioquía acompañado por varios cristianos que había convertido y bautizado por el camino, desde dentro de su medio de locomoción: una jaula de hierro.
«Lo veo ahora, siendo objeto de escarnio de aquellos paganos, a la espera del trágico momento en el que suelten a las bestias hambrientas en la arena. Los abucheos para él no representan nada. Al contrario, son un estímulo para creer en los coros de los ángeles y de los bienaventurados que están esperándolo, más allá de las murallas de las aparentes realidades de esta vida, con una palma y una corona.
«Un ¡hurra! de la multitud, seguido de un silencio y un gran suspense: las fieras hambrientas irrumpen en la arena y avanzan impetuosas sobre la pura e inocente víctima para devorarla».1
Concluida la cruel matanza, «entran los gladiadores para encadenar a aquellos animales que acababan de saciar su bestial apetito con las carnes de un nuevo serafín. La arena está vacía, el espectáculo ha terminado, la asistencia, frustrada, se retira lentamente. ¡Vaya demostración de fe y de nobleza habían presenciado! Los cristianos todavía permanecen por allí, esperando la puesta del sol. Entonces, cuando el manto de la noche empieza a cubrir la ciudad de Roma, se meten en la arena en busca de la tierra transformada en reliquia, por estar empapada con la sangre de aquel que los había bautizado. […]
«Este edificio es evocador: cada piedra tiene una bella historia que contar, hasta el césped y el musgo más reciente querrían decir una palabra sobre aquel pasado cubierto de sangre, dolor y gloria. […] ¡Oh arena que fuiste el pedestal de tantos bienaventurados!».2
Bien se dice que «la sangre de los mártires es semilla de cristianos».3 Millones —sí, millones— fueron los asesinados de la forma más horrorosa en los primeros siglos del cristianismo. Y su sangre abrió camino a la conversión de tantos y tantos otros a la verdadera fe.
«Parte de un drama mucho más amplio»
Han pasado casi dos mil años, a lo largo de los cuales hubo períodos de persecución religiosa en distintas partes del orbe, con la entrega de muchas vidas que no se sometieron a religiones paganas ni ideologías ateas o de misioneros católicos en regiones donde anunciaban el Evangelio.
En este siglo XXI —tan lleno de palabrería sobre los derechos humanos, el «respeto» debido a las diferentes «religiones», la «libertad» de adoptar cualquier ideología o regla de comportamiento— encontramos situaciones que nos entristecen, nos indignan y nos hacen reflexionar.
En nuestros ambientes, incluso bajo los efectos de una interminable pandemia, vivimos una tranquilidad que mejor sería calificada de «pseudonormalidad». Despreocupados, podemos ir al centro comercial, al supermercado, al cine, practicar algún deporte, caminar por la calle, asistir a Misa, viajar… Como católicos, como creyentes inclusive, no tenemos —de momento— oposición abierta a nuestras convicciones religiosas.
Sin embargo, no podemos dejar de comparar nuestra situación con la de los cristianos de varios países de África, los cuales están sufriendo una tenaz persecución que los lleva inevitablemente a la muerte si profesan su fe, basada en los Mandamientos de la Ley de Dios y en las enseñanzas de la Santa Iglesia, sobre todo si son misioneros.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en Nigeria. Según la Sociedad Internacional para las Libertades Civiles y Estado de Derecho, más de mil cuatrocientos cristianos han sido masacrados por grupos extremistas durante los primeros meses de 2021, batiendo el macabro récord del mayor número desde el año 2014. Por su parte, la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada informa que ha aumentado la persecución religiosa en África.
Como sombra aterradora sobre la Esposa Mística de Cristo, se suman a esos asesinatos los cometidos en otras naciones del continente africano: Camerún, Chad, Kenia y Somalia. A propósito de la ejecución de diez cristianos un día después de Navidad, Mons. Mattew Hassan Kukah, obispo de Sokoto, Nigeria, declaraba: «Esto es parte de un drama mucho más amplio con el que vivimos a diario».4
Son perseguidos y muertos sin piedad, mientras nosotros, tranquilos, gozamos de la «pseudonormalidad».
Solidaridad, pesar e indignada protesta
Al tomar conocimiento de tales hechos, no podemos permanecer en la misma actitud de espíritu. Sospechosa es la falta de noticias sobre el asunto en los medios de comunicación internacionales, tan rápidos en transmitir ciertos tipos de acontecimientos. Parecen ciegos y sordos ante estos terribles eventos.
Por eso quiero, en este artículo, manifestar —de mi parte y ciertamente de la de muchos lectores— mi solidaridad, mi pesar, mi indignada protesta por tales asesinatos de nuestros hermanos en la fe en tierras africanas. Que sepan esos «mártires del siglo XXI», sus familiares y amigos que, de corazón, estamos con ellos.
A distancia, rodeados de nuestras «comodidades» —entre comillas, pues quién sabe decir hasta cuándo las tendremos—, enviamos un saludo, una oración, un abrazo a nuestros héroes africanos que están sufriendo el acoso de aquellos que, exigiendo tolerancia para sus extremistas ideas religiosas o políticas, actúan con la más obstinada intolerancia contra quienes desean llevar la paz y la alegría de Cristo, nuestro Señor, a los corazones.
Quiera Dios que la sangre de esos mártires sea semilla de nuevos cristianos y produzca abundante cosecha para su Reino. Que Jesús y su Santísima Madre los acompañen. ◊
En la foto destacada: Martirio de San Ignacio de Antioquía – Basílica de San Clemente, Roma
Notas
1 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio , 2017, v. V, pp. 354-355.
2 Ídem, pp. 355-358.
3 TERTULIANO. Apologeticum, 50: PL 1, 535.
4 EJECUCIÓN DE 10 CRISTIANOS EN NAVIDAD ES “PARTE DE UN DRAMA MÁS AMPLIO”, LAMENTA OBISPO. In: www.aciprensa.com.
Este artículo evidencia que la religión católica es la más perseguida, cada cinco minutos es asesinado un cristiano y es la que cuenta con mayor número de mártires. Me uno a esa indignación tan Santa contra el silencio de los medios de comunicación que tienen intereses en ignorar esta realidad actual. Los mártires continuarán derramando su sangre por amor a Cristo y al Evangelio tal como se refleja en las palabras tan emocionantes y espectaculares que salían del corazón de Monseñor frente al Coliseo contemplando a tantos mártires que dieron la vida por Cristo. Hoy día existen verdaderos martirios que no siendo de sangre son actos firmes de entrega y de Amor como vemos reflejado en la persona de Monseñor, su vida de entrega, holocausto y sufrimiento contra el mundo, la revolución sin tener ninguna duda por entregar su vida por Cristo y el triunfo de la Iglesia católica, apostólica y romana. Evocando las palabras de Monseñor en el coliseo: » Oh arena que fuiste el pedestal de tantos bienaventurados». Nosotros queremos gritar a esa Europa que ha dado la espalda a Dios » Que de estos mártires del siglo XXI nazcan los nuevos bienaventurados para el Reino de Maria».
Maria Ascensión Simón Paricio
Valencia-España
Sin duda este artículo del P. Fernando debe llamarnos a reflexión sobre cómo estamos viviendo nuestra fe. Desde nuestras libertades, los cristianos de África aparecen como una realidad lejana que apenas nos roza y sin embargo son un testimonio de coraje por defender los valores del evangelio y de nuestra Iglesia Católica. Estos hermanos no solo han sufrido el martirio de la persecución y la muerte corporal, sino además del silencio de los medios y de nuestra indiferencia. Oremos para que estas comunidades asediadas por el odio y la intolerancia de los grupos extremistas encuentren en la corona del martirio el verdadero sentido de la vida cristiana.