María tiene algo de Jesús, y Jesús tiene todo de María

Por voluntad de Dios, el divino Redentor nunca podría haber dicho en la Última Cena «tomad y comed, esto es mi cuerpo», si no lo hubiera recibido de la Virgen María, su Madre.

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Cuando un embrión se está formando en el claustro materno, se produce un misterioso fenómeno, llamado microquimerismo fetal, mediante el cual algunas células se desprenden del bebé y se instalan en el cuerpo de la madre. Se trata de la presencia de células genéticamente diferentes en un organismo —en este caso, el de la madre— que tiene sus células específicas. Así, el hijo concebido, al ser «carne de su propia carne», desde antes del alumbramiento le retribuye a su madre, y sólo a su madre, este «regalo» que le servirá de protección: las mejores células de su «carne», que ella se llevará consigo en sus órganos, especialmente en el corazón y el cerebro, incluso después del parto. De este modo, algo del hijo pasa a formar parte de la madre y permanece con ella hasta el final de su vida.1 Quizá de ahí venga tanta unión entre madre e hijo.

Un misterio en la humanidad del Hijo de Dios

¿Y cómo sucedió este misterio durante la gestación del Niño Jesús en el seno virginal de María? Ella es verdaderamente Madre de Jesús, y Jesús es verdadero Dios. Por lo tanto, María es Madre de Dios.

La concepción del Verbo divino y su nacimiento van más allá de un mero fenómeno biológico, ya que es obra del Espíritu Santo y de María (cf. Lc 1, 35), sin concurso de varón: se trata de una sola persona divina con dos naturalezas distintas, la divina y la humana, que no se mezclan.

Sin embargo, habiendo Jesús «nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gál 4, 4), semejante a nosotros en todo menos en el pecado (cf. Heb 4, 15), algunas de sus células se desprendieron de su diminuto cuerpo y se implantaron en el cuerpo de su Madre, como ocurre con todo bebé en desarrollo. Por eso María, incluso físicamente, tiene algo del Hijo de Dios y Él, en su naturaleza humana, tiene todo de María: «Como fue verdadera la carne de María, así fue verdadera la carne de Cristo que tomó de Ella»,2 enseña San Agustín.

De ahí que el mismo Agustín3 afirme que María es la forma dei —el molde de Dios—, a lo que San Luis Grignion de Montfort añade que Ella es «el molde propio para formar y moldear “dioses”»4, que son los santos, imágenes de su divino Hijo, Jesús.

Caminos propuestos a principios de año

El primer día del año, cuánta superstición, cuántas cosas vanas se ven… No obstante, la Iglesia invoca sobre sus hijos la bendición de Dios, diciendo: «El Señor te bendiga y te proteja» (Núm 6, 24) e «ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor» (Núm 6, 25).

Se nos proponen dos caminos en ese día: el semblante de Dios, para los que tienen fe; o la ausencia y el eclipse de Dios, para los que se dejan llevar por las supersticiones. En esta vida podemos contemplar el rostro del Señor, porque «la tierra ha dado su fruto» (Sal 66, 7), el fruto bendito de la Virgen María (cf. Lc 1, 42), que fue circuncidado al octavo día y recibió un nombre: «Jesús» (Lc 2, 21).

Él es la bendición del Padre, que vino a salvarnos y a elevarnos a la dignidad de hijos (cf. Gál 4, 6). He ahí la gran bendición del Año Nuevo: dejarnos formar por María, forma de Dios, por obra del Espíritu Santo. ◊

 

Notas


1 Cf. Dawe, Gavin S.; Wei Tan, Xiao; Xiao, Zhi-Cheng. «Cell Migration from Baby to Mother». In: Cell Adhesion & Migration. London. Vol. i. N.º 1 (ene-mar, 2007), pp. 19-27.

2 San Agustín. Sermo 362, c. 13.

3 San Agustín. Sermo 208, apud Garrigou-Lagrange, op, Réginald. La Madre del Salvador y nuestra vida interior. 3.ª ed. Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1954, p. 279.

4 San Luis María Grignion de Montfort. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 219.

 

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