Lecciones de una  paternal reprensión

¿Debemos abandonar las ocupaciones de Marta o simplemente esforzarnos por impregnarlas de la filial contemplación de María?

20 de julio – XVI Domingo del Tiempo Ordinario

La vida pública de Nuestro Señor Jesucristo fue muy intensa. Iba de pueblo en pueblo enseñando la Buena Noticia y anunciando que el Reino de Dios estaba cerca. Multitudes acudían para ser curadas de sus enfermedades y los poseídos por el demonio eran liberados de sus garras.

Y, no nos engañemos, toda esa labor lo cansaba. Alguien dirá: «Pero ¿Jesús no es Dios? ¡Dios nunca se cansa!». Sí, es Dios, pero también hombre, que asumió nuestra naturaleza con sus flaquezas. En cuanto Dios, tenía poder infinito y no sufría nada; en cuanto hombre, era «probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4, 15). Por lo tanto, necesitaba descansar.

¿Y dónde podía encontrar ese descanso tan necesario? Nada mejor que tratar con verdaderos amigos: «Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra» (Lc 10, 38-39).

El Maestro va a Betania para estar con los hermanos Lázaro, Marta y María, que lo reciben con todo respeto y gratitud.

La anfitriona, poniendo en acción sus dotes femeninas, se preocupa de los más mínimos detalles: arreglar la casa de la mejor manera posible, utilizar el menaje y el servicio más noble que posee y, por supuesto, preparar un banquete que refleje todo su amor, cariño y bienquerencia por aquel a quien considera el Mesías esperado.

María, por su parte, se recoge a los pies de Jesús y escucha, tranquila y maravillada, las palabras del Verbo de Dios encarnado.

Y el Evangelio prosigue: «[Marta], acercándose, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”» (Lc 10, 40-42).

¿Qué quería enseñarle Jesús a Marta… y a nosotros? «El Señor no vitupera la hospitalidad, sino el cuidado por muchas cosas, esto es, la absorción y el tumulto. […] La hospitalidad es honrada mientras que nos atrae a las cosas necesarias; mas cuando empieza a estorbar a lo más útil, es manifiesto que la atención a las cosas divinas es más honrable».1

Y San Agustín completa: «El Señor no reprende, pues, la obra, sino que distingue las ocupaciones; por eso sigue: “María ha escogido la mejor parte”, etc. Tú no la elegiste mala, pero ella la eligió mejor. Y ¿por qué mejor? Porque no le será quitada».2

De modo que en todas las circunstancias de la vida debemos servir siempre al Señor sin abandonar el amor y la contemplación de Dios, con la mirada puesta en lo eterno que no pasa.

Y concluimos esta reflexión con una advertencia de San Ambrosio: «Que el deseo de la sabiduría te haga como María; ésta es la obra más grande, la más perfecta. Que el cuidado de tu ministerio no te aparte del conocimiento del Verbo celestial, ni acuses, ni estimes ociosos a los que veas dedicados a la sabiduría»,3 es decir, a la contemplación.

Que los santos amigos del Señor nos obtengan de Él esa valiosa gracia. ◊

 

Notas


1 Teofilato, apud Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea. In Lucam, c. x, vv. 38-42.

2 San Agustín, apud Santo Tomás de Aquino, op. cit.

3 San Ambrosio, apud Santo Tomás de Aquino, op. cit.

 

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