«La ley del Señor es perfecta»… e inmutable

La Iglesia es un Cuerpo Místico, del cual Cristo es la cabeza y nosotros, los miembros. Si formamos un solo cuerpo con Él, su Evangelio debe ser también el nuestro. De lo contrario, no estaremos honrando el hecho de ser sus miembros.

III Domingo del Tiempo Ordinario

Algunos teólogos y filósofos no católicos —e incluso algunos de los que se dicen católicos— afirman que Dios podría haber concebido los diez mandamientos prohibiendo lo que manda y mandando lo que prohíbe.

Por ejemplo, en lugar de decir «No matarás», podría haber ordenado «Matarás», o «Mentirás», u «Odiarás a tu padre y a tu madre». Podría establecer mandamientos contrarios a los que existen, y todo saldría bien. Al fin y al cabo, Dios es omnipotente.

Abierta así la puerta a todo relativismo, para quien alberga tales pensamientos quizá haya llegado el momento de adaptarse a los nuevos tiempos: ¡modernización es la consigna!

La ley de Dios es conforme a la ley natural

Nada más monstruoso, ya que «la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (Sal 18, 8). De tal modo los mandamientos son tan acordes con el orden natural que los hombres podrían haberlos conocido a la luz de la razón, porque «la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (Sal 18,9). Por otra parte, el sentido común nos lleva a concluir que ninguna civilización se sustentaría si los hombres establecieran como norma matar, robar, mentir, pecar contra la castidad, etc.

Sin embargo, ¿hasta qué punto, en la actualidad, estamos lejos de esto?

Isaías parece profetizar nuestros días cuando dice: «¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!» (Is 5, 20).

Y Nehemías, en el período posterior al exilio —cuando el pueblo de Israel había perdido su libertad y su propia tierra—, narra el momento en el que Esdras presenta la ley ante la asamblea y señala el nacimiento del judaísmo, mostrando que el cumplimiento de la voluntad de Dios es lo que trae la libertad (cf. Neh 8, 2-10).

Somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo

San Pablo, a su vez, afirma que la Iglesia es un verdadero cuerpo, con todas las características del cuerpo humano, pero un Cuerpo Místico, del que Cristo es la cabeza y nosotros somos los miembros (cf. 1 Cor 12, 12). Ahora bien, el cuerpo humano está altamente organizado y funciona por la acción conjunta de células, tejidos, órganos y sistemas, que están dispuestos jerárquicamente, bajo el mando y guía de la cabeza. Y así como el desorden en el cuerpo físico se llama enfermedad, el desorden en el Cuerpo Místico se denomina desobediencia o pecado.

El Evangelio de este domingo, San Lucas lo dedica a Teófilo (cf. Lc 1, 3) —nombre que significa amigo de Dios—, como si quisiera decir que todos los que acogen la Buena Noticia son amigos de Dios. Por último, narra el momento en que Jesús lee el libro del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret. Tras su lectura, el Salvador lo cierra, se sienta y pronuncia el sermón más corto de la historia: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc, 4, 21).

Pidámosle a la Santísima Virgen que se cumpla también hoy, en nuestras vidas, el Evangelio de Jesús. De lo contrario, no haremos honor al nombre de cristianos ni el hecho de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo. ◊

 

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