La glorificación de María Santísima

El misterio de la Asunción contiene, en cierto modo, una síntesis de todas las grandezas de la Virgen.

15 de agosto – Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

«De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir» (Sal 44, 10). Así canta el salmista, invitándonos a contemplar a aquella que, asunta al Cielo, encantó al Rey eterno con su belleza.

La inconmensurable grandeza de la Virgen resulta de su predestinación a la maternidad divina, un don tan extraordinario que supera todo mérito. Por eso, en su humildad profunda, llena de gratitud y restitución, exclamó: «El Poderoso ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1, 49). Y San Agustín pregunta: «¿Qué cosas grandes te hizo? Creo que siendo criatura dieras a luz al Criador, y que siendo esclava engendraras al Señor, para que Dios redimiese al mundo por ti, y por ti también le volviese la vida».1

¿Qué glorificación recibió la Madre de Dios el día de su subida al Cielo en cuerpo y alma? No nos es difícil considerar que se trató de la mayor celebración allí realizada, después de los retumbantes esplendores de la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. Recibida por toda la corte celestial, fue a ocupar su sitio junto al trono de su divino Hijo.

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira2 comenta que, en ese instante, todas las gloriosas perfecciones de María Santísima relucieron de un modo único: su bondad inconmensurable, su suavidad, su soberanía, su atractivo, su virginal firmeza; todo se manifestó de forma deslumbrante para maravillamiento de los ángeles y de los bienaventurados. Sobre todo, brilló el sublime rasgo de la grandeza de Nuestra Señora: la superioridad y la compasión. Sí, como resultado de la maternidad divina y de la mediación universal, es la intercesora a través de la cual la misericordia de Dios «llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 50).

En un arrebato de entusiasmo y profetismo, San Luis Grignion de Montfort proclama que la salvación del mundo comenzó con la Santísima Virgen y que, en consecuencia, debe ser completada por Ella: «En estos últimos tiempos María ha de resplandecer más que nunca en misericordia, en poder y en gracia. En misericordia, para atraer y acoger a los pobres pecadores y extraviados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica. En poder, contra los enemigos de Dios, […] los cuales se revolverán terriblemente para seducir y derribar, con promesas y amenazas, a todos los que les sean contrarios. Finalmente, ha de resplandecer en gracia, para animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo que luchen por sus intereses».3

Asunta al Cielo, a la derecha de su Hijo está la Reina profetizada en el Apocalipsis: «Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (12, 1), triunfando sobre el «gran dragón rojo» (12, 3). Y este combate le confiere aún mayor fulgor, como afirma el Dr. Plinio: «Nuestra Señora ha aplastado y aplastará por siempre jamás la cabeza de la maldita serpiente. Actuando así, añade a sus extraordinarias y singulares prerrogativas la gloria de la lucha».4 ◊

 

Notas


1 San Agustín, apud Santo Tomás de Aquino. Catena aurea. «In Lucam», c. i, v. 49.

2 Cf. Corrêa de Oliveira, Plinio. «Festa de todas as alegrías». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año IX. N.º 101 (ago, 2006), p. 36.

3 San Luis María Grignon de Monfort. Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n.º 50. Madrid: Asociación Salvadme Reina de Fátima, 2019, p. 43.

4 Corrêa de Oliveira, Plinio. «A luta, uma das glórias de Maria». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XXI. N.º 247 (oct., 2018), p. 36.

 

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