Pérdida de la noción de pecado, el mayor pecado de hoy
Conocer a Jesús crucificado es conocer el horror de Dios ante el pecado; su culpa sólo puede ser lavada con la preciosa sangre del Hijo unigénito de Dios hecho hombre. Quizá el mayor pecado del mundo de hoy es que los hombres han empezado a perder la noción de pecado. La sofocan, la adormecen —difícilmente puede ser arrancada por completo del corazón del hombre—, que no la despierte ningún atisbo del Hombre-Dios muriendo en la cruz del Gólgota para pagar la pena del pecado.
Fragmento de: PÍO XII.
Radiomensaje, 26/10/1946.
Tendencias que favorecen la decadencia del sentido del pecado
Incluso en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial algunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sentido del pecado. Algunos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes exageradas del pasado con otras exageraciones; pasan de ver pecado en todo, a no verlo en ninguna parte; de acentuar demasiado el temor de las penas eternas, a predicar un amor de Dios que excluiría toda pena merecida por el pecado; de la severidad en el esfuerzo por corregir las conciencias erróneas, a un supuesto respeto de la conciencia, que suprime el deber de decir la verdad.
Y ¿por qué no añadir que la confusión, creada en la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana, termina por hacer disminuir, hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del pecado?
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Reconciliatio et pænitentia, 2/12/1984.
Falsas interpretaciones del pecado
La negación de Dios o la pérdida del sentido vital de su presencia han inducido a muchos contemporáneos nuestros a dar al pecado interpretaciones sociológicas unas veces, otras veces sicológicas, o existencialistas, o evolucionistas; todas ellas tienen en común una característica: la de vaciar al pecado de su seriedad trágica. En cambio, la Revelación, no; sino que lo presenta como realidad espantosa, ante la que resulta siempre de importancia secundaria cualquier otro mal temporal.
Fragmento de: SAN PABLO VI.
Homilía, 8/2/1978.
El pecado no es un simple error humano, sino una ofensa hecha a Dios
Una característica esencial del pecado es ser ofensa a Dios. Se trata de un hecho enorme, que incluye el acto perverso de la criatura que, a sabiendas y voluntariamente, se opone a la voluntad de su Creador y Señor, violando la ley del bien y entrando, mediante una opción libre, bajo el yugo del mal.
Es un acto de lesa majestad divina, ante el cual Santo Tomás de Aquino no duda en decir que «el pecado cometido contra Dios tiene una cierta infinidad, en virtud de la infinidad de la majestad divina». Es preciso decir que es también un acto de lesa caridad divina, en cuanto infracción de la ley de la amistad y alianza que Dios estableció con su pueblo y con todo hombre mediante la sangre de Cristo; y, por tanto, un acto de infidelidad y, en la práctica, de rechazo de su amor.
El pecado, por consiguiente, no es un simple error humano, y no comporta sólo un daño para el hombre: es una ofensa hecha a Dios, en cuanto que el pecador viola su ley de Creador y Señor, y hiere su amor de Padre. No se puede considerar el pecado exclusivamente desde el punto de vista de sus consecuencias psicológicas: el pecado adquiere su significado de la relación del hombre con Dios.
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia general, 15/4/1992.
Pecar es borrar a Dios de la propia existencia diaria
Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria.
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Reconciliatio et pænitentia, 2/12/1984.
Más que una cuestión psicológica o social, una traición a Dios
Por tanto, el pecado no es una mera cuestión psicológica o social; es un acontecimiento que afecta a la relación con Dios, violando su ley, rechazando su proyecto en la historia, alterando la escala de valores y «confundiendo las tinieblas con la luz y la luz con las tinieblas», es decir, «llamando bien al mal y mal al bien» (cf. Is 5, 20).
El pecado, antes de ser una posible injusticia contra el hombre, es una traición a Dios. Son emblemáticas las palabras que el hijo pródigo de bienes pronuncia ante su padre pródigo de amor: «Padre, he pecado contra el Cielo —es decir, contra Dios— y contra ti» (Lc 15, 21).
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia, 8/5/2002.
Dios no tolera el pecado
[El pecado] es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra pecado, pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. […]
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. […] Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado.
Fragmentos de: BENEDICTO XVI.
Ángelus, 13/3/2011.
Error de los que no se preocupan de sus propios pecados
El salmista confiesa su pecado de modo neto y sin vacilar: «Reconozco mi culpa. Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces» (Sal 50, 5-6). […] Es lo que, por desgracia, muchos no realizan, como nos advierte Orígenes: «Hay algunos que, después de pecar, se quedan totalmente tranquilos, no se preocupan para nada de su pecado y no toman conciencia de haber obrado mal, sino que viven como si no hubieran hecho nada malo».
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia, 8/5/2002.
Ilusión de la «impecabilidad»
Insidiados por la pérdida del sentido del pecado, a veces tentados por alguna ilusión poco cristiana de impecabilidad, los hombres de hoy tienen necesidad de volver a escuchar, como dirigida personalmente a cada uno, la advertencia de San Juan: «Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros» (1 Jn 1, 8).
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Reconciliatio et pænitentia, 2/12/1984.
Necesidad de redescubrir el valor de la confesión
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. […]
Invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a acudir con frecuencia al sacramento de la confesión, el sacramento del perdón, cuyo valor e importancia para nuestra vida cristiana hoy debemos redescubrir aún más.
Fragmentos de: BENEDICTO XVI.
Ángelus, 15/2/2009.