«Haz esto y vivirás»

A las relaciones contemporáneas, regidas a menudo por una mentalidad mercantilista, el Señor contrapone la ley del verdadero amor, que sólo puede ser desinteresado.

13 de julio – XV Domingo del Tiempo Ordinario

Vivimos hoy inmersos en un mundo fundamentalmente mercantilista, regido por las leyes del marketing. Desde esta perspectiva, la vida gira en torno al empeño de producir el máximo al menor coste. ¿Es ésta la verdadera ciencia de la vida?

La pregunta del maestro de la ley que abre el Evangelio de este decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario se presenta al espíritu del ser humano ayer, hoy y siempre: «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Aunque las personas anden constantemente detrás del dinero, si se detienen un momento, su conciencia les interpelará: «¿Estás siguiendo el camino correcto?».

La respuesta del Redentor al escriba, tras recordarle el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, resuena en los corazones, a través de los milenios, y llega a nuestros oídos: «Haz esto y vivirás» (Lc 10, 28). A continuación, Jesús le propone la parábola del buen samaritano.

El divino Maestro se preocupa de que la imagen sea lo más clara posible. Por eso la llena de colores, con elocuente simbolismo, lo cual ayuda a las personas de todos los tiempos y edades a poner en práctica la enseñanza divina. Subraya que el pobre, atacado y dejado «medio muerto» (Lc 10, 30) junto al camino, es evitado por figuras de gran relieve y prestigio social de aquella época: un sacerdote y un levita. Sólo un samaritano, despreciado por los judíos, le presta ayuda generosa y abnegada, procurando que no le falte de nada.

He ahí el eje de la verdadera caridad, entendida como el amor al prójimo practicado por amor a Dios: quien da con liberalidad, sin esperar retribución por el favor prestado, conquista la ciencia de la vida.

Las personas impregnadas de mentalidad mercantilista se horrorizan ante semejante pérdida financiera, porque gastar sin recibir una retribución inmediata sería la mayor de las locuras. Estas pobres almas, aferradas al materialismo, no logran ver más allá de las conveniencias del comercio. Olvidan que en este mundo se aplica la ley del «eco de la vida», porque ésta nos responderá implacablemente a nuestras palabras y acciones como un eco. Si gritamos: «¡Egoísmo!», el eco nos responderá décadas después: «¡Egoísmo!». Pero si gritamos: «¡Caridad cristiana!», nos recompensará más adelante con la misma voz generosa: «¡Caridad cristiana!».

Las leyes de la ciencia espiritual suelen actuar en sentido opuesto a las leyes materiales. Y la ley cristiana es el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

Así pues, quien siembra una caridad de buenos quilates cosechará años después los frutos de la semilla que plantó. Quien se preocupa más por sanar los males ajenos que por su propio beneficio recibirá su premio cuando menos se lo espere. Y si una persona caritativa no recibe en esta tierra la recompensa por su generosidad recibirá mucho más que el céntuplo en la vida eterna.

La ley de la caridad conquista almas en la tierra y las gracias del Cielo. Cultiva la ley de la caridad cristiana y vivirás bien en este mundo y triunfarás en la eternidad. «Haz esto y vivirás». ◊

 

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