Un solo cuerpo, una sola cabeza
La Iglesia, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza —no dos, como un monstruo—, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor; puesto que dice el Señor al mismo Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (Jn 21, 17). «Mis ovejas», dijo, y de modo general, no éstas o aquellas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. […]
Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina, por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confirmada en aquel mismo a quien confesó, y por ello fue piedra.
Fragmentos de: BONIFACIO VIII.
Unam sanctam, 18/11/1302: DH 872; 874.
Pedro, fundamento visible de la unidad
El Pastor eterno y Guardián de nuestras almas, para convertir en perenne la obra saludable de la Redención, decretó edificar la Santa Iglesia en la que, como en casa del Dios vivo, todos los fieles estuvieran unidos por el vínculo de una sola fe y caridad. […]
Mas para que el episcopado mismo fuera uno e indiviso y la universal muchedumbre de los creyentes se conservara en la unidad de la fe y de la comunión, por medio de los sacerdotes cohesionados entre sí, al anteponer al bienaventurado Pedro a los Apóstoles, en él instituyó un principio perpetuo de una y otra unidad y un fundamento visible.
Fragmentos de: PÍO IX.
Pastor æternus, constitución del Concilio Vaticano I,
18/7/1870: DH 3050-3051.
El papel de mantener la cohesión de la Iglesia
Por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el bienaventurado Pedro, como el edificio sobre los cimientos. Y pues la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad y solidez de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble.
Fragmento de: LEÓN XIII.
Satis cognitum, 29/6/1896.
Testimoniando la verdad, sirve a la unidad
El obispo de Roma, con el poder y la autoridad sin los cuales esta función sería ilusoria, debe asegurar la comunión de todas las Iglesias. Por esta razón, es el primero entre los servidores de la unidad. Este primado se ejerce en varios niveles, que se refieren a la vigilancia sobre la trasmisión de la palabra, la celebración sacramental y litúrgica, la misión, la disciplina y la vida cristiana.
Corresponde al sucesor de Pedro recordar las exigencias del bien común de la Iglesia, si alguien estuviera tentado de olvidarlo en función de sus propios intereses. Tiene el deber de advertir, poner en guardia, declarar a veces inconciliable con la unidad de fe esta o aquella opinión que se difunde. Cuando las circunstancias lo exigen, habla en nombre de todos los pastores en comunión con él. Puede incluso —en condiciones bien precisas, señaladas por el Concilio Vaticano I— declarar ex cathedra que una doctrina pertenece al depósito de la fe. Testimoniando así la verdad, sirve a la unidad.
Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Ut unum sint, 25/5/1995.
Conservación del depósito de la fe, garantía de la unión de la Iglesia
No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, el depósito de la fe. […]

San Pedro, fachada de la catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia – Barcelona (España). De fondo, la basílica de San Pedro, Vaticano
Así, pues, este carisma de la verdad y de la fe nunca deficiente, fue divinamente conferido a Pedro y a sus sucesores en esta cátedra, para que desempeñaran su excelso cargo para la salvación de todos; para que toda la grey de Cristo, apartada por ellos del pasto venenoso del error, se alimentare con el pábulo de la doctrina celeste; para que, quitada la ocasión del cisma, la Iglesia entera se conserve una.
Fragmentos de: PÍO IX.
Pastor æternus, constitución del Concilio Vaticano I,
18/7/1870: DH 3070-3071.
La misión de reafirmar lo que la Iglesia ha recibido desde el principio
La misión de Pedro y sus sucesores consiste en establecer y reafirmar autorizadamente lo que la Iglesia ha recibido y creído desde el principio, lo que los Apóstoles enseñaron, lo que la Sagrada Escritura y la Tradición cristiana han fijado como objeto de la fe y norma cristiana de vida. […] El contenido de la enseñanza del sucesor de Pedro […], en su esencia, es un testimonio de Cristo, del acontecimiento de la Encarnación y de la Redención, así como de la presencia y acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en la historia.
Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Audiencia general, 10/3/1993.
Fortalecer la fe ante las contradicciones del mundo
Jesús ora de un modo particular por Pedro: «Para que tu fe no desfallezca» (Lc 22, 32a). Esta oración de Jesús es a la vez promesa y tarea. La oración de Jesús salvaguarda la fe de Pedro, la fe que confesó en Cesarea de Filipo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).
La tarea de Pedro consiste precisamente en no dejar que esa fe enmudezca nunca, en fortalecerla siempre de nuevo, ante la cruz y ante todas las contradicciones del mundo, hasta que el Señor vuelva. Por eso el Señor no ruega sólo por la fe personal de Pedro, sino también por su fe como servicio a los demás. Y esto es exactamente lo que quiere decir con las palabras: «Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32b).
Fragmento de: BENEDICTO XVI.
Homilía, 29/6/2006.
El ordenamiento divino no puede estar a merced del arbitrio humano
[El Papa] está sujeto al derecho divino y vinculado al ordenamiento dado por Jesucristo a su Iglesia. El Papa no puede modificar la constitución que la Iglesia ha recibido de su divino Fundador, como un legislador laico podría modificar la constitución del Estado. La constitución de la Iglesia apoya sus bases en un ordenamiento divino y no puede, pues, estar a merced del arbitrio humano.
Fragmento de: PÍO IX.
Respuestas a la circular del canciller Bismarck,
enero-marzo de 1875: DH 3114.
Hombre llamado a participar del poder de Dios
Habiendo dicho [Pedro]: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo», Jesús le responde: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos» (Mt 16, 16-17). […] «Y yo te digo», añadió, como el Padre te ha manifestado mi divinidad, del mismo modo te manifiesto tu excelencia: «Tú eres Pedro» (Mt 16, 18). Esto es, soy yo la piedra inconmovible, la piedra angular, que de dos pueblos hago uno (cf. Ef 2, 20.14), el fundamento sobre el cual nadie puede colocar otro; sin embargo, tú también eres piedra, pues estás consolidado con mi virtud, a fin de que las cosas que me pertenecen te sean comunes a ti por la participación que tienes conmigo.
Fragmentos de: SAN LEÓN MAGNO.
Sermo IV, c. 2: PL 54, 149-150.