Queridos hermanos y hermanas. Hoy quiero meditar con vosotros un salmo que resume toda la Historia de la salvación testimoniada en el Antiguo Testamento. Se trata de un gran himno de alabanza que celebra al Señor en las múltiples y repetidas manifestaciones de su bondad a lo largo de la Historia de los hombres; es el salmo 136 —o 135, según la tradición grecolatina.
Este salmo, solemne oración de acción de gracias, conocido como el Gran Hallel, se canta tradicionalmente al final de la cena pascual judía y probablemente también Jesús lo rezó en la última Pascua celebrada con los discípulos; a ello, en efecto, parece aludir la anotación de los evangelistas: «Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos» (cf. Mt 26, 30; Mc 14, 26).
El horizonte de la alabanza ilumina el difícil camino del Calvario. Todo el salmo 136 se desarrolla en forma de letanía, ritmado por la repetición antifonal «porque es eterna su misericordia». A lo largo de la composición, se enumeran los muchos prodigios de Dios en la historia de los hombres y sus continuas intervenciones a favor de su pueblo. […]
Primeras manifestaciones de Dios en la Historia
Después de una triple invitación a la acción de gracias al Dios soberano (cf. vv. 1-3), se celebra al Señor como aquel que realiza «grandes maravillas» (v. 4), la primera de las cuales es la Creación: el cielo, la tierra, los astros (cf. vv. 5-9). El mundo creado no es un simple escenario en el que se inserta la acción salvífica de Dios, sino que es el comienzo mismo de esa acción maravillosa. […]
Aquí no se habla de la creación del ser humano, pero él está siempre presente; el sol y la luna son para él —para el hombre—, para regular el tiempo del hombre, poniéndolo en relación con el Creador sobre todo a través de la indicación de los tiempos litúrgicos.
A continuación, se menciona precisamente la fiesta de la Pascua, cuando, pasando a la manifestación de Dios en la Historia, comienza el gran acontecimiento de la liberación de la esclavitud de Egipto, del éxodo, trazado en sus elementos más significativos: la liberación de Egipto con la plaga de los primogénitos egipcios, la salida de Egipto, el paso del mar Rojo, el camino por el desierto hasta la entrada en la tierra prometida (cf. vv. 10-20).
Estamos en el momento originario de la Historia de Israel. Dios intervino poderosamente para llevar a su pueblo a la libertad; a través de Moisés, su enviado, se impuso al faraón revelándose en toda su grandeza y, al final, venció la resistencia de los egipcios con el terrible flagelo de la muerte de los primogénitos. Así Israel pudo dejar el país de la esclavitud, con el oro de sus opresores (cf. Éx 12, 35-36), «triunfantes» (Éx 14, 8), con el signo exultante de la victoria. También en el mar Rojo el Señor obra con poder misericordioso. […]
El poder del Señor vence la peligrosidad de las fuerzas de la naturaleza y de las fuerzas militares puestas en acción por los hombres: el mar, que parecía obstruir el camino al pueblo de Dios, deja pasar a Israel a la zona seca y luego se cierra sobre los egipcios, arrollándolos. «La mano fuerte y el brazo extendido» del Señor (cf. Dt 5, 15; 7, 19; 26, 8) se muestran de este modo con toda su fuerza salvífica: el opresor injusto queda vencido, tragado por las aguas, mientras que el pueblo de Dios «pasa en medio» para seguir su camino hacia la libertad.
La realización de la promesa divina
A este camino hace referencia ahora nuestro salmo recordando con una frase brevísima el largo peregrinar de Israel hacia la tierra prometida: «Guio por el desierto a su pueblo, porque es eterna su misericordia» (v. 16). Estas pocas palabras encierran una experiencia de cuarenta años, un tiempo decisivo para Israel que, dejándose guiar por el Señor, aprende a vivir de fe, en la obediencia y en la docilidad a la ley de Dios. Son años difíciles, marcados por la dureza de la vida en el desierto, pero también años felices, de familiaridad con el Señor, de confianza filial. […]
En la enumeración que hace nuestro salmo de las «grandes maravillas» se llega así al momento del don conclusivo, a la realización de la promesa divina hecha a los padres: «Les dio su tierra en heredad, porque es eterna su misericordia; en heredad a Israel su siervo, porque es eterna su misericordia» (vv. 21-22). […]
Dios en nuestra historia
Naturalmente nosotros podemos decir: esta liberación de Egipto, el tiempo del desierto, la entrada en la Tierra Santa y luego los demás problemas, están muy distantes de nosotros, no son nuestra historia. Pero debemos estar atentos a la estructura fundamental de esta oración. La estructura fundamental es que Israel se acuerda de la bondad del Señor. En esta Historia hay muchos valles oscuros, hay muchos momentos de dificultad y de muerte, pero Israel se acuerda de que Dios era bueno y puede sobrevivir en este valle oscuro, en este valle de muerte, porque se acuerda.
Tiene la memoria de la bondad del Señor, de su poder; su misericordia es eterna. Y también para nosotros es importante acordarnos de la bondad del Señor. La memoria se convierte en fuerza de la esperanza. La memoria nos dice: Dios existe, Dios es bueno, su misericordia es eterna. De este modo, incluso en la oscuridad de un día, de un tiempo, la memoria abre el camino hacia el futuro: es luz y estrella que nos guía.
También nosotros recordamos el bien, el amor misericordioso y eterno de Dios. La Historia de Israel ya es una memoria también para nosotros: cómo se manifestó Dios, cómo se creó su pueblo. Luego Dios se hizo hombre, uno de nosotros: vivió con nosotros, sufrió con nosotros, murió por nosotros. Permanece con nosotros en el Sacramento y en la Palabra. Es una Historia, una memoria de la bondad de Dios que nos asegura su bondad: su misericordia es eterna. Luego también en estos dos mil años de la Historia de la Iglesia está siempre, de nuevo, la bondad del Señor. Después del período oscuro de la persecución nazi y comunista, Dios nos ha liberado, ha mostrado que es bueno, que tiene fuerza, que su misericordia es eterna.
Y, del mismo modo que en la Historia común, colectiva, está presente esta memoria de la bondad de Dios, nos ayuda y se convierte en estrella de la esperanza, así también cada uno tiene su historia personal de salvación, y debemos considerar realmente esta historia, tener siempre presente la memoria de las grandes maravillas que ha hecho también en mi vida, para tener confianza: su misericordia es eterna. Y si hoy me encuentro en la noche oscura, mañana él me libra porque su misericordia es eterna. ◊
Fragmentos de: BENEDICTO XVI.
Audiencia general, 19/10/2011.