El día de ayudar a los que nos han dejado

El día en que la Iglesia militante reza especialmente por los que se purifican en el fuego del Purgatorio, reflexionemos sobre la perfección que debemos alcanzar para ver a Dios cara a cara.

Conmemoración de todos los fieles difuntos – 2 de noviembre

La Iglesia puede ser comparada con un magnífico palacio, con tres pisos comunicados entre sí.

En el nivel más alto se encuentra la Iglesia triunfante, a la que, en compañía de Jesucristo, María Santísima y los ángeles, están asociados los santos, aquellos que hicieron violencia al Cielo (cf. Mt 11, 12), entraron «por la puerta estrecha» (Lc 13, 24) y escucharon la dulce llamada: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 21).

En la planta baja del palacio lucha la Iglesia militante, como dijo Job: «Militia est vita hominis super terram —La vida del hombre sobre la tierra es una guerra» (7, 1). Y los héroes de ese combate permanente se asemejan a Cristo y serán admitidos en la sociedad de los ángeles y los santos en el Cielo.

Los menos «esforzados», que sólo han sido «aprobados», pero no cumplieron con el mandato de ser perfectos (cf. Mt 5, 48), constituyen la Iglesia sufriente. Están en el Purgatorio, del que no saldrán hasta que hayan pagado «el último céntimo» (Mt 5, 26).

Por este motivo, la Iglesia estableció el día 2 de noviembre la Conmemoración de todos los fieles difuntos, celebración instituida por San Odilón de Cluny en el 998, con el objetivo de rezar de manera especial por los fallecidos que aún sufren en el Purgatorio y, así, aliviar sus padecimientos.

Mediante la sacrosanta vía de la comunión de los santos, los bienaventurados se comunican con los fieles de la Iglesia militante y con los que aún se están purificando en el Purgatorio. Del mismo modo, los fieles que se encuentran en la tierra pueden comunicarse con los santos del Cielo, rogándoles su ayuda en las luchas de este mundo, y con los miembros de la Iglesia sufriente, pidiéndoles pequeños favores y ofreciendo oraciones y sufragios para acortar sus penas.

La primera penitenciaría de Brasil se llamó Casa de Correção da Corte. Su triple propósito era castigar a los infractores, corregirlos y reintegrarlos en la convivencia social. Ahora bien, si convivir en la sociedad terrenal tiene sus exigencias, con absoluta razón en las moradas eternas no se admite «nada contaminado» (Ap 21, 27). La semejanza con Cristo, principal requisito para la convivencia en el Cielo, cuando no se alcanza en esta vida debe completarse en la «casa de corrección» de la corte celestial, donde un fuego purificador limpia las almas de los falsos criterios humanos.

Tras la muerte, el alma confronta sus miserias con la infinita perfección de Cristo, y el esplendor de su belleza le comunica el deseo de acrisolarse en las llamas restauradoras del Purgatorio. Allí, segura de su salvación, encuentra la paz, pues sabe que está «en la gracia y en la amistad de Dios».1

Medita, por tanto, en tus novísimos (cf. Eclo 7, 40), para que el día en que comparezcas ante Dios sea para ti un día de fiesta y alegría y no de llanto y lamentación. ◊

 

Notas


1 CCE 1030.

 

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