La singular decoración de una capilla gótica francesa nos lleva a desear que los ángeles convivan con nosotros más y más, y que nos hagan escuchar, de alguna manera, las magníficas melodías ejecutadas por ellos en el Cielo.

 

Detalle de un ángel de la bóveda de la capilla de Notre Dame du Chevet, en la catedral de San Julián, Le Mans (Francia)

En la sobria catedral gótica de San Julián, de Le Mans, una pequeña capilla dedicada a la Virgen llama la atención de quien visita el templo. Más que sus esbeltas paredes, casi completamente revestidas de vitrales, nos atraen los frescos con tonos anaranjados y rojos que adornan el techo del recinto, contribuyendo a crear en su interior un ambiente lleno de vida.

El artista que pintó esas bóvedas a mediados del siglo XIV optó por recubrirlas con osados colores, reservando suaves tintas verde-pastel para realzar una parte de las nervuras. Y, flotando en medio de ese festival de policromía, introdujo las figuras de cuarenta y siete ángeles, dispuestos en actitudes diversas y vestidos con túnicas rosas, azules, blancas, verdes o doradas.

Pero no se trata de ángeles comunes… ¡son músicos! Y al detenernos a contemplarlos vemos que unos sujetan unas partituras y cantan y que otros interpretan melodías celestiales con instrumentos variados.

Nada de más natural. Si cantar o tocar instrumentos forma parte de nuestro día a día cuando estamos alegres, la música no podría faltar en el gozo de la visión beatífica; y ciertamente fue eso lo que quiso representar el artista medieval.

De acuerdo: en el Cielo hay melodías y los ángeles se encargan, sin duda, de ejecutarlas. Pero ¿cómo son? ¿Hay alguien capaz de describirlas?

San Juan Bosco, que visitó durante sus famosos «sueños» el Paraíso celestial, procuró darnos alguna noción de ellas, no sin gran dificultad. En una de sus conversaciones nocturnas relata cómo, estando en los jardines que anteceden al Cielo, una dulcísima y agradable armonía llegaba a sus oídos:

Detalle de una bóveda de la capilla de Notre Dame du Chevet,
en la catedral de San Julián, Le Mans (Francia)

«Eran cien mil instrumentos, que producían cada uno un sonido diverso del otro, mientras todos los sonidos posibles difundían por el aire sus ondas sonoras. A éstos uníanse los coros de los cantores. Vi entonces una multitud de gente que en aquellos jardines se encontraba y se regocijaba alegre y contenta. […] Cada voz, cada nota, hacía el efecto de mil instrumentos reunidos, todos diversos el uno del otro. Contemporáneamente oíanse los diversos grados de la escala armónica desde los más bajos a los más altos que se pueda imaginar, pero todos en perfecto acorde».1

Ahora bien, ¿cómo puede existir una completa armonía entre tantos elementos únicos y, por tanto, diferentes entre sí?

La pregunta tiene su particular significado para quien vive en este valle de lágrimas. En el Cielo, sin embargo, las músicas no son mero fruto de la creatividad artística o de ciertos dones naturales. Dimanan de las luces y virtudes que brillan de modo especial en cada bienaventurado. Ese es el motivo por el cual una casi infinita diversidad de sonidos puede conjugarse en una sinfonía dotada de armonía perfecta.

Al tener los bienaventurados como principal finalidad la glorificación del Todopoderoso, la caridad que los consume se refleja en sus melodías. A través del timbre de voz y del sonido singular de cada instrumento celeste son representados diversos aspectos de la grandeza del Altísimo. Y, al resonar todos juntos en un concierto eterno, no hacen otra cosa que proclamar, unidos, el conjunto de los atributos del Creador.

Otro detalle de una bóveda de la capilla de Notre Dame du Chevet

Por otra parte, si los ángeles expresan su alegría por medio de la música, ¿acaso no entonarán un canto inédito cada vez que Dios les revela una maravilla sobre sí mismo? ¿Cómo será, por ejemplo, el himno compuesto por los espíritus celestiales al serles anunciada una nueva verdad, un nuevo fulgor de la Trinidad Beatísima?

No lo sabemos, pero es un punto sobre el cual estamos invitados a meditar al contemplar esa capilla.

Pidámosle, pues, a los santos ángeles que convivan con nosotros más y más. Y que, además de permitirnos escuchar, ya en esta tierra, alguna de las magníficas melodías del Cielo, nos desvelen una puntita de las sorpresas que Dios, continuamente, pone en conocimiento de sus servidores celestiales. 

 

Notas

1 SAN JUAN BOSCO. Biografía y escritos. In: Obras Completas. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1967, pp. 618-619.

 

 

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