Breves trazos biográficos – Misión iniciada en el tiempo y perpetuada en la eternidad

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».

Cuando pretendemos conocer una obra arquitectónica notable, una laudable entidad de apostolado o incluso un personaje ilustre es necesario que de antemano preparemos una síntesis de los acontecimientos cumbres relacionados con ellos, que los haga más accesibles a nuestro entendimiento. En efecto, todo lo que trasciende los límites de lo común, o es visto con ojos bien enfilados, en adecuada conjunción de hechos y principios, o acabará siendo comprendido de un modo unilateral o insuficiente.

Por lo tanto, las presentes líneas, que abren una secuencia de artículos sobre distintas facetas de la personalidad, vida y obra de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, servirán para situar al lector en los aspectos generales de una materia tan amplia, los cuales, en las páginas siguientes, serán tratados en profundidad.

Primeros pasos

Hijo de Antonio Clá Díaz, español, y de Annitta Scognamiglio, italiana, el pequeño João recibió el Bautismo el 15 de junio de 1940, diez meses exactos después de su nacimiento, ocurrido en la solemnidad de la Asunción de la Virgen del año anterior.

De índole analítica y reservada, le gustaba más observar a los circunstantes que conversar y exteriorizar sus pensamientos, signo del singular sentido contemplativo que siempre lo caracterizaría. Acometido por frecuentes insomnios desde tierna edad, su pasatiempo preferido consistía en admirar el cielo y las estrellas durante la noche a través de la ventana de su dormitorio.

Un hecho destacable de su vida sucedió cuando tenía 5 años, al entrar en una capilla y encontrarse por primera vez con el Santísimo Sacramento expuesto, en el preciso instante de la bendición. Aun siendo desconocedor de aquella realidad trascendente, su fe le inspiró que se trataba de un misterio central de la religión, sintiéndose inmediatamente cautivado por lo imponderable del entorno, asaz recogido y sacral, que de la hostia se desprendía y penetraba en lo más hondo del alma de los fieles.

Embargado y atraído por la Eucaristía, su devoción a Jesús Sacramentado constituiría el fundamento sobre el cual edificaría, en un futuro, el sólido baluarte de su piedad.

El choque entre el bien y el mal reinante en la sociedad se acentuaba cada día más en el alma del joven João, despertando en él el deseo de amparar a las almas en el camino de la virtud

Luego, en su etapa estudiantil, se distinguió por ser el primero de la clase, especialmente en Arte y Matemáticas. A pesar de ello, las narraciones de la historia sagrada y las clases de catecismo eran lo que le encantaba.

El 26 de enero de 1948 recibió el sacramento de la Confirmación, seguido meses más tarde por la Primera Comunión. Impregnado de una vida sobrenatural más intensa, empezó a discernir cómo la conducta de no pocas personas con las que convivía —compañeros y familiares— desentonaba con la verdadera moralidad.

El choque entre el bien y el mal se acentuaba cada día más en su alma, despertando en él el deseo de revertir de alguna manera, pese a los insuficientes medios de los que disponía, aquella angustiante situación y de amparar a sus coetáneos para que siguieran el camino de la virtud.

Como resultado de su preocupación por difundir el bien, nació en él el gusto por la psicología y la medicina, a las que empezó a dedicarse con ahínco, al constatar el número de personas que se dejaban esclavizar por el egoísmo, actuando únicamente por sus propios intereses.

Así, una certeza inquebrantable, nacida de la fe, se solidificó en su interior: «En el mundo tiene que haber un hombre enteramente bueno y desinteresado. Y un día conoceré a ese hombre».

Encuentro providencial

La esperanza, nos enseña San Pablo, nunca defrauda (cf. Rom 5, 5). Los años fueron pasando y, mientras participaba en la novena a Nuestra Señora del Carmen, el 7 de julio de 1956 ocurrió el tan anhelado encuentro que marcaría los subsiguientes pasos de su trayectoria. Al divisar al final del cortejo de terciarios carmelitas que abría la ceremonia a un hombre corpulento, seguro y decidido, discernió en él, en una mirada confirmada por una certeza interior, al varón providencial que cambiaría el rumbo de los acontecimientos: Plinio Corrêa de Oliveira.

En su trato diario con el Dr. Plinio, de quien se convertiría en indiscutible discípulo fiel, João también se empapó del don de sabiduría tan característico de la espiritualidad de su maestro

Desde ese momento en adelante, el Dr. Plinio pasó a ser el formador de la mentalidad del joven João, animándolo en la práctica de la virtud, motivándolo en el servicio de la religión y señalándole la dirección a seguir. Entre ambos hubo la más sincera permuta de ideales y entrega de voluntades en pro de la Santa Iglesia.

El Dr. Plinio y Mons. João en 1990

Formación del carácter

Como primicias de su adhesión al movimiento católico, en 1957 ingresó en las Congregaciones Marianas, fue admitido en la Tercera Orden Carmelita y se consagró como esclavo de amor a la Santísima Virgen, según el método de San Luis María Grignion de Montfort.

En 1958 fue llamado a filas para hacer el servicio militar. Si bien este hecho en un primer momento le suponía una prueba, ya que necesariamente lo alejaría de los círculos de relaciones del Dr. Plinio, del trato con él y de su asidua asistencia a los actos de la Tercera Orden Carmelita, no obstante, tendrá una relevante importancia en la formación de su carácter. La disciplina, asociada a las exigencias de los horarios y de la compostura, forjó en su alma el gusto por el orden, dándole la convicción de que sólo la integridad es capaz de arrastrar a los demás tras de sí por una causa justa.

Próximo a alcanzar la edad madura, João ya había pasado por una serie de situaciones que habían ido labrando su carácter, a las cuales se sumaría otro elemento de no menor importancia, en virtud del gran fruto que sacaría de esto: la música. Consciente de su eficacia en la evangelización, perfeccionó sus conocimientos en este arte con el reconocido maestro español Miguel Arqueróns. A partir de entonces no dejaría escapar la oportunidad de formar un coro o una orquesta, con vistas al apostolado.

En su trato diario con el Dr. Plinio —de quien se convertiría en indiscutible discípulo fiel—, João también se empapó del don de sabiduría tan característico de la espiritualidad de su maestro, haciendo con ello que afloraran sus cualidades naturales y sobrenaturales, irradiándolas en beneficio de la causa católica a finales de la década de 1960, al iniciar la experiencia de vida comunitaria bajo un régimen reglado.

Generosa entrega y fructífero apostolado

Como consecuencia de su generosa entrega, a partir de 1975 se convertiría en mentor de cientos de jóvenes pertenecientes a la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad —la TFP—, con la tarea de fortalecer en la fe a numerosas personas; a muchas, liberarlas de las malas influencias del mundo; a otras, además, inculcarles ánimo para la práctica de la virtud en la vida comunitaria.

La excelente y proficua acción que Mons. João desarrolló con distintos grupos del movimiento fundado por el Dr. Plinio confiere pleno sentido a los elogios que éste le dedicó, considerándolo, ante todo, un «archihijo».

Sin embargo, con la muerte del Dr. Plinio, el 3 de octubre de 1995, su vida daría un bandazo inesperado: primero, porque casi la totalidad de la obra cayó en sus manos, dado que la parte más sana de sus miembros sólo encontraba en él al líder capaz de regir una familia de almas presente en cinco continentes; en segundo lugar, porque todos sabían que era depositario de los más íntimos anhelos de su padre, maestro y guía.

Investido por la Providencia con la tarea de conducir un movimiento de envergadura mundial, Mons. João tenía claro el rumbo que tomaría para que aquel legado nunca se viera perjudicado o extinguido: lo afianzará en la roca inquebrantable de Pedro y sobre el baluarte de Cristo sacramentado.

De izquierda a derecha: el papa Juan Pablo II recibe a los Heraldos del Evangelio con motivo de la aprobación pontificia de la institución, en febrero de 2001; miembros de la asociación en la plaza de San Pedro y Mons. João rigiendo el coro durante una misa en la basílica vaticana, en la misma ocasión

En 1999 decidió fundar la Asociación Internacional Privada de Fieles Heraldos del Evangelio, que recibió la aprobación pontificia del papa San Juan Pablo II el 22 de febrero de 2001. Según lo había intuido, bajo las bendiciones de la cátedra de Pedro es donde la familia de almas empezada a duras penas por el Dr. Plinio se robusteció y recobró el aliento necesario para perseverar en las vías de la santidad.

Tras la muerte del Dr. Plinio, Mons. João tenía claro el rumbo que tomaría para perpetuar la obra fundada por él: la afianzará en la roca inquebrantable de Pedro

En poco tiempo, la asociación ya desplegaba sus actividades por setenta y ocho países y comenzaba a realizar numerosas labores en las parroquias, a través de la animación litúrgica, del Apostolado del Oratorio María, Reina de los Corazones, de las misiones marianas y de las visitas a prisiones y hospitales, además de contar con los servicios de correspondencia directa y con la publicación de esta revista.

Una década después del fallecimiento del Dr. Plinio, la obra estaba integrada por innumerables jóvenes, de ambos sexos, reunidos en comunidades separadas. Se nutrían de una intensa espiritualidad, fundamentada en la Eucaristía diaria, la adoración al Santísimo Sacramento y el rezo del rosario, y seguían de libre decisión los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

Vocación sacerdotal

Tal coyuntura de hechos llevó a Mons. João a pensar en la conveniencia de fundar una rama sacerdotal, capaz de proveer las necesidades espirituales de los miembros de los Heraldos del Evangelio, así como prestar asistencia a quienes compartieran este carisma. En efecto, su creciente amor por la Eucaristía y al servicio del altar le inspiraban, desde hacía mucho, un entrañable deseo: seguir el camino sacerdotal.

El 15 de junio de 2005, junto con otros catorce miembros de los Heraldos del Evangelio, el diácono João era ordenado sacerdote en aquella misma basílica de Nuestra Señora del Carmen, de São Paulo, donde había conocido al Dr. Plinio. A partir de la renovación del santo sacrificio del Calvario, empezó a ver hecho realidad el sueño de transformar la faz de la tierra, conforme se lo había prometido su padre espiritual, en su interior, cuando se cruzaron por primera vez décadas antes.

Era indispensable, no obstante, solidificar la recién nacida rama sacerdotal mediante la aprobación de la Santa Sede, la cual tuvo lugar el 21 de abril de 2009, por autoridad de su santidad Benedicto XVI: se erigía bajo los auspicios de Pedro la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli, que hoy cuenta con más de doscientos clérigos.

Como parte de este incremento institucional, pari passu a la erección de la sociedad clerical, el P. João impulsó la fundación de la Sociedad Femenina de Vida Apostólica Regina Virginum, en la que entraron candidatas que, desde hacía mucho tiempo, deseaban compartir el carisma de los Heraldos del Evangelio de manera integral. Lograron ellas la aprobación de la Santa Sede el 26 de abril de 2009.

Expansión de la obra

Una vez ampliados los frentes de apostolado en la Iglesia, con el sacerdocio y la institucionalización de la rama femenina, otro blanco se presentaba en la mira del fundador: había que plasmar esa realidad espiritual en obras arquitectónicas, a través de iglesias, monasterios y otros edificios.

Monseñor João durante a celebração da Santa Missa na Basílica de Nossa Senhora do Rosário, Caieiras (SP)

Actualmente, más de quince años después de iniciar la construcción de su primer templo, la Sociedad Clerical Virgo Flos Carmeli cuida de varias iglesias y oratorios repartidos por el mundo —entre ellas, dos basílicas—, desde las que puede ofrecer la curación de las almas y el ministerio sacramental, por medio de los sacerdotes que la sirven.

Tras haber sido ordenado sacerdote, Mons. João empezó a ver hecho realidad, por los méritos de la renovación del santo sacrificio del Calvario, el sueño de transformar la faz de la tierra

A ojos de Benedicto XVI, la obra del P. João empezó a ejercer de tal modo una notable influencia en la Iglesia que, en 2008, lo nombró canónigo honorario de la basílica papal de Santa María la Mayor, de Roma, y protonotario apostólico supernumerario. En 2009, el mismo Papa le confirió, de manos del cardenal Franc Rodé, la insigne medalla Pro Ecclesia et Pontifice.

La actuación de Mons. João y su obra, superando los límites de lo habitual, llegó también a los restringidos y exigentes campos de la intelectualidad, mediante diversas publicaciones y la erección de institutos académicos, los cuales imparten cursos de formación filosófica y teológica a los candidatos al sacerdocio de la sociedad clerical y a los miembros de la sociedad femenina, además de editar la revista académica Lumen Veritatis, que goza de renombre internacional.

Varón que debe ser visto con ojos sobrenaturales

Hechas estas consideraciones, poco entenderíamos de la persona de Mons. João si la contempláramos más con ojos humanos que sobrenaturales, pues cuando Dios dota a alguien de un llamamiento tan providencial, nunca lo hace sólo para su propio provecho, sino, al contrario, para el bien de la Iglesia y de los que vengan a compartir esa misión, cercana o remotamente.

De suerte que la mayor dádiva otorgada por el Cielo a Mons. João no se cifra en todo lo que aquí hemos expuesto, es decir, en conquistas materiales e incluso espirituales. El don supremo que se le ha concedido fue el de ser un hombre amado con predilección por el Espíritu Santo y por la Santísima Virgen, que en todo lo quisieron configurar con Nuestro Señor Jesucristo.

La batalla más dura de Mons. João tuvo lugar en lo más íntimo de su corazón, donde recogió los frutos de décadas de dedicación, se silenció y, privado de sus movimientos, lo ofreció todo en holocausto a Dios

Por lo tanto, la lucha más penosa de Mons. João no consistió en abrir casas de vida comunitaria, fundar una asociación de fieles, erigir sociedades de vida apostólica o regir coros y orquestas; ni en establecer los sólidos fundamentos de una obra que, como él siempre soñó, debía estar cimentada en la preciosísima sangre de Cristo, siendo una con la Iglesia. La batalla más ardua y gloriosa tuvo lugar en lo más íntimo de su corazón, donde él —a solas con Dios— necesitó recoger todos los frutos de largas décadas de dedicación integral y entregárselos al Creador, silenciarse, verse privado de sus movimientos y ofrecerlo todo en holocausto a Dios, como consecuencia de un accidente cerebrovascular que lo acometió en 2010.

Monseñor João durante la celebración de la Pasión del Señor, en 2010

«Ciudades restauradas y habitadas»

Además de las labores apostólicas llevadas a término con éxito durante más de ocho décadas y de las enfermedades sufridas con heroica firmeza, llegó la hora de la victoria final, que le costaría el admirable precio que sólo podía ser pagado con la entrega de su propia vida, pues «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24).

Habiendo Mons. João cruzado el umbral de la eternidad y sido acogido en el regazo materno de la Santísima Virgen, todo lo que plantó, regó y cosechó es hoy una mies que tiende a extenderse, constituyéndose cada vez más en el inmenso e íntegro campo en el que la Iglesia producirá renovados frutos. Entonces se podrá decir: «Esta tierra que estaba desolada se ha convertido en un jardín de Edén, y las ciudades arrasadas, desiertas y destruidas, son plazas fuertes habitadas» (Ez 36, 35). ◊

 

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